Respeto y lealtad a los símbolos nacionales

Por: Óscar Armando Valladares

Todo Estado, unido por nexos especiales de homogeneidad cultural, histórica, política, económica y lingüística, posee al menos tres elementos representativos e identitarios. Hablamos de la Bandera, el Himno y el Escudo. Los nuestros -los símbolos nacionales- están consignados en el artículo 6 de la Constitución, en tanto el uso y sus características hállanse establecidos en leyes y reglamentos en vigor.

Por gracia e inspiración de Augusto C. Coello, la letra del Himno y la Bandera están ligadas poéticamente, de modo tal que los versos del literato constituyen una exaltación al “emblema divino” de las cinco estrellas, por el que “marcharemos, oh patria a la muerte”, y, de darse, “generosa será nuestra suerte si morimos pensando en tu honor”. Con sus figuras o blasones, el Escudo objetiviza el ideal luminoso de la unión, el trabajo del pueblo y los dones que la naturaleza nos acreditó.

A lo largo del tiempo, la letra de Coello y la música de Hartling han sido el blanco de críticas y observaciones disparadas desde puntos de vista diversos: que el texto llama a la violencia, no a la paz; que no hace alusión al Dios del bíblico relato sino a la “diosa razón” -de la Revolución francesa-; que es muy extenso, en fin. Se estima, además, que no hay el debido acoplamiento entre la ejecución y el canto y que para salvar esa “imperfección” es menester alargar varios vocablos, por caso: Tu bande-e-ra, tu bande-e-ra, es un la-a-mpo de cie-e-lo, lo que en menor medida acontece al entonar, verbigracia, La Marsellesa (“Allons enfants la patrie-e”), canto oficial francés de 1795, al que hubo intentos de reemplazar durante el segundo imperio de Napoleón III. Se aduce también -con algún criterio- que la composición del maestro Hartling carece de la solemnidad marcial que poseen en mayoría los himnos de América, incluyendo el de Estados Unidos.

Dicho esto, adverso las variaciones introducidas por la artista del canto Karla Lara en el entono del himno patrio, no con la intención política con que ha sido censurada. Sin este sesgo que, al parecer, deviene del bloque opositor, honestamente considero inadecuada la versión de la conocida intérprete hondureña, por cuanto no mejora y antes bien reduce el sentido conmovedor o la solemnidad musical de este símbolo hondureño, ora bien cantado ora desafinado desde 1915 a la fecha.

En países en donde la revolución ha sentado sus reales, se han producido cantos patrióticos alternos, en los cuales afloran hermosas y pegajosas composiciones, dialécticamente conectadas con los mensajes históricos de sus himnos.

Bien puede, pues, la creatividad puesta a prueba de artistas y compositores desovillar sus potencialidades y emprender proyectos más edificantes y menos controversiales, ahora que el gobierno -empeñado en promover la refundación del país- renueva los espacios culturales, que la dictadura había cerrado por peligrosos. Por otro lado, téngase presente que inductores y simpatizantes del golpe de 2009, están hoy como ayer “a la vigiona”, atentos a todo paso o mal paso pretextable para la campaña de desprestigio con qué frenar, junto a otros expedientes, los cambios necesarios que demanda la gente.

De vuelta al caso concreto -al tema de Lara-, bueno es disentir y velar por la pureza e integridad del Himno Nacional, del “pendón azul” y del Escudo arbolado. Pero, levantar hogueras en derredor de la rebelde compatriota por su acción inapropiada, es exagerar el celo y hacer del mismo un vehículo de acelere tendencioso.

Si no se asumió -con la rabieta de ahora- una postura contraria a la reelección de JOH, a la ley de las ZEDE, al narcotráfico y al fraude cometido en las urnas, ¿a qué exhibir un patriotismo convenenciero y resbaladizo? “Dios os ha dado una cara y vosotros os hacéis otra”, sea dicho con la autoridad universal de William Shakespeare.

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