Por: Óscar Armando Valladares
Rebeldes, soñadores, inconformes, el “Che” y Chema” -doctores ambos- abrazaron la lucha armada en circunstancias y espacios temporales diferentes, pero imbuidos en principios socialistas reales y, por ende, antiimperialistas.
Nacido en Rosario, Argentina, el 14 de junio de 1928, Ernesto Guevara de la Serna obtuvo su título en la Universidad de Buenos Aires (1953); inició poco después un periplo con estadías en Bolivia, Ecuador, Colombia, Panamá, Costa Rica y Guatemala. “Caballero andante movido por el ansia de aliviar el dolor de los humildes” -en cita de Pompeyo del Valle-, el médico rosarino estuvo en la capital chapina hermanado al gobierno de Jacobo Arbenz, lapso en que -como he referido- hizo amistad solidaria con la dama Helenita Leiva.
Caído el gobierno arbencista -por inducción de la CIA-, marchó con destino a México para unirse a las fuerzas insurgentes cubanas lideradas por Fidel Castro, formando a partir de entonces el binomio lúcido del movimiento guerrillero que condujo y produjo el derrocamiento de Fulgencio Batista el 31 de diciembre de 1958. Cumplido su aporte de ideólogo y funcionario en la isla antillana, creyó conveniente abrir focos insurgentes (crear simultáneos Vietnam) en América Latina.
Llegó de incognito a Bolivia y con un grupo de jóvenes internacionalistas pasó a la región selvática en que habrían de desarrollarse los principales combates, con nombres de lugares que adquirirían resonancia -Río Seco, La Cruz, Espino, Tres Cabezas, Higueras, Ñacahuanzú, Quebrada del Yuro-. Sospechado desde un principio y detectado más tarde por los servicios de inteligencia del régimen militar de René Barrientos y de la CIA, el comandante Guevara se convirtió en el revolucionario más buscado, a sabiendas de la atracción “peligrosa” que ejercía entre la juventud de América y Europa, por lo cual el grupo era asediado por aire y tierra, aunque con respuestas y rechazos durante algunos meses, a pesar asimismo del agudo achaque asmático y los estertores sibilantes que el “Che” sufría. Cesó el tableteo el 8 de octubre de 1967 y, por órdenes superiores, Guevara fue ejecutado un día después. Un sobreviviente, Harry Villegas, evocó palabras suyas mientras pasaba revista a la disciplina guerrillera: “Este tipo de lucha nos da la oportunidad de graduarnos de revolucionarios, el escalón más alto de la especie humana”.
Trece años después, la guerra fría de EEUU y la URSS, más el influjo de la Revolución Cubana, tocaron suelo centroamericano: levantamientos guerrilleros en Guatemala y El Salvador, triunfo del Frente Sandinista en Nicaragua, involucramiento anticomunista del Ejército de Honduras y la injerencia en su territorio de soldados salvadoreños, agentes argentinos, contras nicaragüenses y, desde luego, asesores y militares norteamericanos. Todo ello durante el gobierno de Suazo Córdova y la virulencia de Gustavo Álvarez Martínez, general en jefe de las Fuerzas Armadas.
En ese ambiente de represión y desaparecidos, en el argot castrense foráneo denominado “política de seguridad”, surge intensamente la figura de José María Reyes Mata. Natural de San Francisco de Yojoa, salió del vientre materno el 5 de octubre de 1943. Afectó al proceso político cubano, viaja a La Habana, estudia y se recibe en la Escuela Latinoamericana de Medicina, graduándose también de revolucionario -como decía el “Che”- con quien comparte acciones en Bolivia. Pasa después a Chile, activa en el gobierno de Allende, a la caída del cual retorna a Honduras. Siendo responsable de la sección nacional del Partido Revolucionario de los Trabajadores Centroamericanos, se hace cargo de una campaña guerrillera con operaciones furtivas en Olancho, acompañado del sacerdote Guadalupe Carney y unos 90 efectivos, entrenados algunos por oficiales sandinistas. Los problemas que Guevara tuvo en Bolivia, eran muy similares a las que Reyes y su gente les tocaba encarar cotidianamente.
Deserciones, delaciones, escasez de alimentos, enfrentamientos desiguales, fueron sellando el fracaso del patriota contingente. Entre el 18 y 19 de septiembre de 1983 se produjo la muerte de José María y el Padre “Lupe”. A cuatro décadas de aquel heroico levantamiento, ¡loor y respeto a los caídos!