LETRAS LIBERTARIAS: El intelectual de hoy

Por: Héctor A. Martínez (Sociólogo)

No es fácil ser un intelectual en un mundo caracterizado por la abundancia de ideologías que tratan de replantear e imponer una cosmovisión completamente diferente al sistema de creencias y valores tradicionales. Cada vez es más difícil abstraerse de los escenarios donde las ideas y las palabras son vistas como una amenaza si no están pensadas y expresadas en función de grupos de presión y movimientos partidistas donde prima la deconstrucción del lenguaje y el dogma ontológico.

El intelectual de hoy se siente cada vez más conminado a no quedarse solo con sus ideas y sus trabajos; presionado a formar parte de esas acciones colectivas que retan al establishment y a la tradicionalidad a partir de una nueva epistemología que trata a toda costa de reconfigurar el control ideológico-cognitivo de la realidad -pienso en los intelectuales y académicos que simpatizan con los grupos que abogan por la llamada “cultura de la cancelación” y la corrección política-.

En el pasado, las ideas políticas en controversia y las posturas antagónicas se limitaban a varias corrientes que corrían en una misma acequia del pensamiento, pero que luego se bifurcaban antes de caer al terreno abonado: o se trataba de la propuesta socialista por una moral más solidaria, más humanitaria; o se trataba de la defensa de un estilo de vida confortable, de abundancia electiva, que solo podía provenir del fruto del trabajo y del desarrollo de una economía de mercado.

¡Cuántos de los grandes pensadores, artistas, académicos se vieron tentados a militar, o al menos, a producir manifiestos que se alineaban más con las ideas del socialismo y los preceptos impugnadores que le nutrían! Hubo quienes no pudieron distinguir entre ideología y moral, incluso en aquellos casos donde el pensador llegó a gozar de todas las prerrogativas del progreso dentro de un sistema capitalista.

Las cosas se pusieron diferentes dentro de los regímenes controlados por la Unión Soviética: casi todos los intelectuales y académicos se vieron obligados a seguir la “nueva fe”, bajo la pena de caer en el ostracismo, y quedarse sin chamba en las academias de educación superior. Para sobrevivir tuvieron que vender su alma al diablo, encomiando los actos del sistema y excusando los errores como si se tratara de desviaciones naturales en la aplicación del proyecto socialista. Su espíritu estaba partido: su yo interno miraba la realidad con ojos inquisidores, mientras su accionar se alejaba de su esencia independiente.

Poco a poco, los laureados defensores del socialismo se fueron dando cuenta del error hasta que llegó el colapso del sistema, el resquebrajamiento de ese “corpus” ideológico que se estrelló en el muro de la realidad en las postrimerías del siglo XX.

Hoy en día, la mayoría de los intelectuales y académicos se encuentran en la misma situación de sus antecesores de aquellos tiempos donde negarse a la militancia era negarse a sí mismo. Los viejos profesores, los mismos que nos enseñaron en los 90 a tomar nuevos derroteros, volvieron por sus fueros con la aparición de esas corrientes que entremezclan ideología, reivindicaciones raciales, sexuales y ecológicas, creyendo de buena fe que la revolución ha vuelto para redimir al mundo. La vieja acequia ideológica ya no se bifurca como en los tiempos de la Guerra Fría: hoy en día toma rumbos insospechados, miríadas de estilos de militancia; creencias reivindicativas múltiples; incontables representaciones del mundo, todas ellas puestas al servicio del partido que las acoja en su seno diverso.

Todo el pasado de confrontaciones ha vuelto a resurgir. La militancia, el partido reivindicador, la “nueva” moral, todo es lo mismo, salvo las reglas y los símbolos, que han sufrido mutación; pero el enemigo sigue siendo el mismo: el capitalismo y todo lo que representa el mercado.

Para sobrevivir, el intelectual de hoy debe diseñar sus productos en función de esas corrientes: desde Hollywood hasta las arengas en los campus universitarios, si desea ganar prestigio, dinero, y vivir en las mismas condiciones confortables del sistema al que repudia, aunque sea de “mentiritas”.