Los temidos exámenes

Por: Elvia Elizabeth Gómez García*

La semana menos esperada por los estudiantes en cualquier nivel académico que se encuentre es la de los exámenes. Desde prebásica hasta el universitario, las evaluaciones han sido las omnipresentes. Por supuesto que son necesarias. ¿Cómo podríamos formar el carácter de nuestros futuros profesionales si no son capaces de manejar las emociones que les provoca someterse a una evaluación? ¿Cómo podemos corroborar que nuestros estudiantes aprendieron algo en el salón de clase si no evaluamos ese aprendizaje?

La Real Academia de la Lengua Española define la palabra examen como “m. Prueba que se hace de la idoneidad de una persona para el ejercicio y profesión de una facultad, oficio o ministerio, o para comprobar o demostrar el aprovechamiento en los estudios”. Hoy en día existe inclusive una pedagogía del examen, que busca abordar el papel que juega este instrumento en el sistema educativo.

Sin embargo, y por regla general, siguen existiendo y se aplican con la finalidad de establecer qué tanto han asimilado los estudiantes de la cátedra impartida por sus docentes. Si bien en la actualidad es la evaluación continua lo que se practica en los niveles de prebásica y básica, esto no excluye la necesidad de seguir utilizando los exámenes como medio de comprobación.

Un examen no determina todo, pero permite desarrollar en los estudiantes habilidades blandas que le serán necesarias en su vida profesional, como el manejo de la frustración si no obtiene la nota deseada, la ética sí, en lugar de contestar su examen basado en lo que estudió, decide hacer uso de medios ilícitos para aprobarlo. En definitiva, nos encontramos en pleno siglo XXI, en donde se pensaría que hay que evolucionar y dejar atrás los exámenes y dar paso a mecanismos de evaluación más modernos, para los cuales lamentablemente no estamos preparados aún.

La pandemia nos ha dejado muchas lecciones y lastimosamente en el ámbito de la educación, hemos retrocedido. Estamos enfrentando nuevos retos que nos empujan a volver a lo básico. Nos encontramos con estudiantes que son expertos en el manejo de la tecnología, pero incapaces de razonar un problema matemático o comprender lo que leen en un libro o artículo, sienten pánico de hablar en público y no saben expresar sus ideas.

Los docentes que se negaban a utilizar la tecnología se adaptaron a ella e hicieron su mejor esfuerzo, pero se enfrentaron a pequeños tiranos al otro lado de la pantalla, que se burlaban de ellos por no poder proyectar la presentación o por no contar con una computadora mejor equipada.

Fue ese espacio de virtualidad lo que nos hizo darnos cuenta que los exámenes seguían siendo el instrumento que nos permitiría saber si los estudiantes realmente estaban poniendo atención a las clases, si eran ellos los que cursaban la clase, porque la virtualidad se prestó al fraude, abrió la “oportunidad” de un negocio que subió como la espuma, el de ofrecer el servicio de “cursar la clase por vos”.

En pleno siglo XXI existen muchas formas de evaluación, cada disciplina se presta a la implementación de nuevos instrumentos de evaluación, pero el examen sigue siendo una pieza clave del rompecabezas, sea este oral o escrito. No es por casualidad que existan tantos chistes, reflexiones y memes que hacen alusión a ellos.

Más allá de esas burlas a los exámenes, los estudiantes deben comprender que su preparación cambiará su vida y la de los demás, que cada cosa aprendida será útil si el conocimiento se maneja correctamente. Estudiar para un examen los prepara no solo para ello, sino para la vida. Les permite darse cuenta de lo mucho que han avanzado en su formación profesional e inclusive, si no pusieron atención en clase o no llegaron un día a la misma, descubrir datos que antes no conocían.

La escuela y la secundaria nos enseñan de todo un poco, mientras que la universidad nos prepara para lo que queremos ser como profesionales. En el mundo real nos seguiremos enfrentando a evaluaciones que determinen si somos aptos para el puesto al cual estamos aplicando, en ese momento entenderemos que el examen “era necesario”. Como expresó el filósofo Séneca, “Sin estudiar enferma el alma”.

*Docente universitaria.