Por: Tomás Monge*
Hace unos días, cierto profesor estaba de pie en la cancha de una escuela y observaba –ensimismado-, cómo a lo lejos algunas de sus colegas trabajaban en el montaje de los altares cívicos en las pizarras montadas en la parte exterior de sus aulas. Las docentes ciertamente se esmeraban en pegar de maneras novedosas las letras, los bordes y las cadenas que habían trazado y cortado en distintos tipos de papel; así como los distintos elementos nacionales y símbolos patrios que parecían haber sido asignados a cada una. Aparentemente, el profesor que las observaba tenía miles de pensamientos recorriendo su mente de arriba abajo, velozmente.
Probablemente, al leer en los murales el título del actual Proyecto Cívico: “Educar para refundar”, había una voz en la mente del profe que le recordaba que en el 2017, la doctora Rutilia Calderón (QDDG) -una de las mujeres más brillantes y destacadas de nuestro país-, había aprobado con quince años de vigencia, el Proyecto Cívico: “Educándonos transformamos Honduras”, para reemplazar el anterior Proyecto Cívico: “Formemos ciudadanos y ciudadanas para engrandecer a Honduras” (que había sido estipulado en el 2002, pero expirado desde el 2015); pero luego en el 2022 las actuales autoridades de la Secretaría de Educación habían tomado la infantil decisión de ignorar dicha vigencia de quince años para este Decreto, derogándolo arbitrariamente; solo para reemplazarlo por estas tres palabras payulas, ambiguas y desabridas.
En realidad, no sabemos si quizás había dos o más voces en la mente de este profesor debatiendo sobre estas tres palabras: “Educar para refundar”. Tal vez otra de ellas decía que si valió la pena el abrupto y caprichoso cambio, mientras que una tercera voz probablemente le respondiera que en realidad esta formulación de palabras era muy inferior en significado, ya que en el proyecto de la doctora Calderón la palabra “educándonos” transmitía una invitación a la superación continua, autónoma y permanente, no solamente para los estudiantes, sino también para los docentes, directivos, autoridades gubernamentales y sociedad en general; mientras que la palabra “educar” denota tradicionalismo pedagógico, proveniente de las viejas y desfasadas concepciones de que los docentes éramos los únicos “sabelotodo” capaces de transmitir el conocimiento y “vaciar” nuestro “abundante” saber en las pobres y pasivas “vasijas vacías”, “receptáculos” y/o “tabulas rasas” que se creía que eran los estudiantes.
En este sentido, es muy probable que ante esto una cuarta voz se uniera a este conversatorio mental y agregara que en el anterior Proyecto Cívico la conjugación se había plasmado en la primera persona plural (“transformamos”), por lo que nos invitaba a ser partícipes a todos, para que no nos conformáramos solamente con lo limitada que puede ser la educación que ofrecen los sistemas educativos; sino que buscáramos cultivar la lectura, elegir mejores formas de entretenimiento y contenidos más inteligentes, para educarnos de mejor manera, con el objetivo de que entre todos construyéramos una mejor Honduras.
Por último, una quinta voz, inspirada por las sencillas pero profundas reflexiones de las otras cuatro, seguramente habría agregado -a manera de conclusión- que, además de que en el nuevo Proyecto Cívico, no se explica quién va a “educar” a quién, ni en qué se les va a educar, ni cómo se logrará hacer; el único “objetivo” que se pretende lograr con dicho verbo en modo infinitivo ambiguo es “para refundar”, lo cual tampoco dice nada; porque todos nos preguntamos: ¿refundar qué? ¿Cómo se va a refundar? ¿Cómo se sabrá cuando “eso” -que no se sabe qué es- ya esté refundado? ¿Qué sigue después de refundar? ¿Cuáles son los indicadores concretos y sustanciales de que un proceso de “refundación” efectivamente se está llevando a cabo?, y muchísimas otras preguntas que se hacían las voces en la mente de este profesor, porque con cambiar los nombres y los colores a un par de cosas en realidad no se cambiaba nada.
Al final, el estruendo del timbre del recreo sacudió la cabeza del profe de tal manera que las cinco voces fueron aventadas a distintos rincones de su mente. El profe se acordó que a pesar de que ya había cumplido 37 años de servicio docente y de que ya tenía 56 años, los “refundadores” seguían sin mover un dedo para hacer que él y cientos de docentes en su misma condición se pudieran jubilar después de los cincuenta años, como se les había prometido en los ochenta, cuando comenzaron a laborar en el sistema; por lo que le tocaba seguir esperando hasta cumplir 59 años, y ver cómo le hacía frente, él solito, a todos los requerimientos de la educación digital y demás aspectos didácticos y pedagógicos de la era actual que él ya no manejaba, y para los cuales nadie lo capacitaba; porque al final el dichoso cuento de “refundar” solo era una palabra en un mural.
*Consultor Educativo y Catedrático UPNFM