Por: Segisfredo Infante
Después de haber leído una apología del abogado Adolfo Peña Cabús dedicada a Jorge Bueso Arias mucho antes de su fallecimiento, y de los artículos recientes de importantes periodistas de opinión y de otros cronistas fúnebres, es muy poco lo que cabe añadir, como homenaje sincero, a la memoria de este ilustre hondureño cuya figura alcanza dimensión nacional e internacional.
Su imagen me retrotrae hacia los tiempos de mi preadolescencia, en el momento coyuntural en que el licenciado Jorge Bueso Arias y el doctor Ramón Ernesto Cruz se disputaron la Presidencia de la República. Una de las pocas veces de la historia nacional en que dos intelectuales de primera línea buscaban, al mismo tiempo, el reñido solio presidencial de Honduras. “Don Jorge” era un experto en administración de negocios y sector bancario, y “Monchito” Cruz era un constitucionalista reconocido, experto en temas limítrofes regionales y miembro de número de la Academia Hondureña de la Lengua. Ambos inspiraban confianza en la ciudadanía catracha. En mi familia las simpatías se habían bifurcado. Es muy probable que Bueso Arias hubiese ganado las elecciones de 1971. Pero un alto porcentaje de sus propios correligionarios, quizás por sus orígenes villedistas, le dieron la espalda infraterna y fría. A “Monchito” Cruz, por otro lado, y por diversos motivos, también le dieron la espalda durante el golpe de Estado de diciembre de 1972, en parte por causa del emergente reformismo militar.
Durante años y décadas admiré y respeté la figura patriarcal de don Jorge Bueso Arias, siempre atento a sus opiniones. Creo que solo una vez disentí de sus expresiones públicas, cuando él pareció respaldar la idea transitoria, de un banquero sampedrano, de dolarizar toda la economía hondureña, por aquello de que a mi juicio se debe resguardar el “señorío monetario” de base, apalancándolo con divisas extranjeras y una fuerte producción interna y circulación abierta de mercancías, bienes y servicios. Los países latinoamericanos que han dolarizado sus monedas nacionales, por lo menos hasta ahora, han encarecido la vida de los pueblos y han caído en estruendoso fracaso. También los gobernantes que han permitido que se dispare la hiperinflación, han generado fulminantes desgracias en las estructuras materiales y espirituales de sus propias naciones.
Un día de tantos el licenciado Jorge Bueso Arias me llamó (ignoro cómo consiguió mi número telefónico), y me relató que había leído uno de mis artículos relacionados con el escabroso tema de la integración centroamericana. Me contó al detalle que él había sido uno de los artífices del “Mercado Común Centroamericano”, y que luego me haría llegar un folleto en donde explicaba el asunto. También me hizo la confidencia ligada a su admiración por Costa Rica.
Poco tiempo después me volvió a llamar dos o tres veces, para nuevos comentarios y cerciorarse de si acaso me habían llegados los sobres y las cartas con los folletos que él me había remitido. El primero sobre la integración centroamericana; el segundo sobre la guerra entre El Salvador y Honduras en julio de 1969. Y otro texto sobre un golpe de Estado (o intento de golpe) fraguado en la década del cincuenta del siglo veinte. Tales documentos deben estar traspapelados, y publicados en parte, dentro de un “caos” de fotocopias que algún día, Dios mediante, podremos ordenar.
En medio de la primera conversación telefónica le comenté que cada vez que había visitado Santa Rosa de Copán, experimentaba el deseo de llamar a su puerta con el único propósito de saludarlo. Pero que la timidez me había vencido. Con la mayor espontaneidad “Don Jorge” me contestó: “Venga a mi casa, será bien recibido”. Luego añadió, con una risa entrecortada, “somos sefarditas”. Con otro amigo (Pineda Corleone) teníamos la ilusión de viajar a Santa Rosa en el curso del 2018 ó 2019. Pero el amigo falleció y luego se interpuso la grave crisis de la pandemia.
La práctica de apoyar a los pequeños emprendedores responsables y honestos, fue inamovible y exitosa en la vida de Jorge Bueso Arias. Traigo la anécdota de Mario Hernán Ramírez (QEPD) al solicitar un préstamo para publicar un libro. En virtud que Mario Hernán “No era sujeto de crédito”, se impuso el criterio de “Don Jorge” que había que prestarle dinero al viejo locutor nacional. Bueso Arias fue un hombre bueno, amable y accesible, y recibió la Eucaristía y las honras fúnebres de un cristiano católico. Ojalá que don Manuel Venancio (su hijo) y el resto de sus familiares, gerentes y empleados, sigan el ejemplo esplendoroso de la flexibilidad cautelosa del licenciado Bueso Arias. Porque hombres como “Don Jorge” nacen pocas veces en la historia de Honduras y de América Central, razón por la cual pasarán, tal vez, varias décadas antes de que vuelva a nacer otro, interesado en mover, con solidez, la economía y las finanzas del país.