Josué R. Álvarez
La publicación de «Veredario» del escritor Armando José Ramos es de alguna manera una reivindicación de un pueblo y de las letras hondureñas. La crónica, quizá por lo amplio de su concepto, es un género difícil de clasificar, relacionar y en consecuencia poco escrito, y comentado posiblemente aún menos. Sin embargo, su sencillez tiene un encanto particular.
«Veredario» repasa la vida, sobre todo pasada, de los municipios del departamento de Lempira, especialmente de los del sur. Se compone de 17 crónicas, que van desde el canto de los pájaros que adorna la vida del lugar, pasando por los productos que se dan y comercializan en la región hasta aspectos curiosos de la vida económica.
Ramos se vale de un lenguaje sencillo y le presta mucha atención al detalle para que el relato resulte ameno. Existe en sus crónicas un esfuerzo por alcanzar la belleza a través de la palabra y la historia misma. A pesar de que, salvo en contados casos, no cuenta una historia en concreto, sí es posible imaginarse muchas con los elementos que componen las crónicas.
A pesar de que «Veredario» se concentra en algunos municipios de Gracias, logra radiografiar el departamento completo e incluso el país, debido a que la cultura del occidente es uno de los sustratos culturales más importantes que hay en Honduras.
Se avanza en el texto casi sin darse cuenta, contando la manera en la que se realizaban las bodas en la región (tan parecido al resto del país), la tradición de robarse al Niño Dios, la gastronomía de Semana Santa y alguna creencia como en la que presuntamente las personas se convertirían en sirena si hacían cualquier esfuerzo durante el Viernes Santo, las novenas de los difuntos, las procesiones, etcétera.
Si tuviera que haber unas conclusiones sobre estas crónicas, una de ellas sería la importancia que ha tenido la religión en la cultura del país; prácticamente ha configurado la vida de la sociedad hondureña durante siglos.
Aquellas crónicas que se centran en el aspecto económico de la vida de Lempira nos recuerdan que ha sido una región pobre y hasta olvidada. Su cercanía con El Salvador, le llevó por ejemplo a usar, cuando recién había nacido el lempira como moneda, el colón salvadoreño. Había más conexión con la economía de ese país que con la misma hondureña, debido a que les resultaba más factible. Lo que llevó a que esta fuera de las regiones más afectadas del país en la recordada guerra de 1969. Sería, entonces, otra conclusión que a veces el concepto de país está solo en el imaginario y que en términos concretos cuando se trata de solucionar problemas vitales, como la supervivencia de la economía, las fronteras solo están en los mapas. Además, cuando hay aislamiento, hay más identidad regional que nacional, no es que fueran más salvadoreños que hondureños, es que eran más de lempiras que de Honduras.
Hay detalles más pintorescos (además de económicos) como la imagen que dejan las canasteras o los zapateros, que hacen caite a partir del cuero y después a partir de caucho de las llantas que han pasado a desecharse.
Estas crónicas no solamente revelan el estilo de vida de las personas, sino que justamente a través de ello, se revela el pensamiento, la cosmovisión, convicciones, creencias y descreencias de esas personas. Se rescatan nombres que posiblemente los libros que relatan los grandes acontecimientos del país han dejado en el olvido. Esta no es una acusación, es solo un apunte.
Recuerda también que todas las regiones tienen su encanto y sus bondades, algo tiene cada una para que un grupo de personas haya decidido quedarse en ese sitio. Y bueno, ciertamente, Lempira es hermoso y Armando José Ramos nos lo ha recordado.