Punto de equilibrio

Por: Elvia Elizabeth Gómez García*

¿Cómo determinar el punto de equilibro en nuestra vida? Sobre todo, en aquellos que han decidido formar una familia, pero sin renunciar a sus aspiraciones profesionales. En una sociedad tan competitiva como la actual, en donde el éxito se mide meramente por lo económico y el estatus quo que se pueda alcanzar vale la reflexión en el tema.

Las actuales generaciones de padres enfrentan la disyuntiva de enfocarse en la premisa de que, al alcanzar el éxito profesional podrán dar a sus hijos una “vida mejor” que la que ellos tuvieron.

Pero ¿cuál es el significado intrínseco de esa vida mejor? Y la segunda interrogante sería ¿qué tiene que ver eso con el campo académico?

Para responder a la primera interrogante debemos considerar los estándares establecidos por una sociedad altamente consumista, que ha implantado en el ideario colectivo la noción de que una vida mejor está representada por la acumulación de bienes materiales.

En el afán de dicha acumulación, se pierde la perspectiva del “punto de equilibrio” en el cual, como padres, logren satisfacer las necesidades de sus hijos sin el abandono de estos en una falsa sensación de bienestar, llenándoles de regalos, tratando de compensar el tiempo que no se ha compartido con ellos, porque las extenuantes jornadas laborales no les permiten tomarse ese “tiempo de calidad”.

Conversando con mi querida amiga, la economista Thelma de Villeda, le consultaba cómo se define el punto de equilibrio desde el ámbito financiero. Su respuesta fue “En Finanzas el punto de equilibrio se da cuando los ingresos son iguales a los costos, ese indicador se usa para planificar cuánto se necesita para estar por encima del punto de equilibrio”.

Aplicado a nuestras vidas, el punto de equilibrio debe traducirse en la capacidad no solo de satisfacer las necesidades o de cubrir los costos, sino de poder brindar a los hijos el tiempo de calidad que necesitan tener. Un niño no necesita acumular juguetes, porque a la larga no aprende el valor del dinero, no necesita tener un guardarropa a la moda o atiborrado de ropa cuando pasa hasta una semana queriendo usar la misma camisa, vestido, pantalón o conjunto que tanto le gusta.

Los niños no entienden de acumular, son los adultos los que se lo transmiten y a la larga, si los valores que les inculcan son el de la avaricia o del éxito medido solo en términos financieros, nos encontramos con jóvenes frustrados, con una realidad distorsionada y anclada en la satisfacción personal y la acumulación.

Actualmente, podemos observar cómo los padres ya no juegan con sus hijos, que ven más placentero llevarlos a lugares llenos de videojuegos donde se quedan anclados y no disfrutan ya las actividades al aire libre.

La segunda interrogante que nos planteamos es la relación de todo lo anterior con el mundo académico. Muchos dirán que no existe, algunos pensarán que puede influir directa o indirectamente.

Los que nos dedicamos a la docencia podemos responder con toda seguridad que sí influye y mucho más de lo que se piensa.

Si la primera escuela es el hogar, aunque el proceso educativo conlleva varios niveles previos a la llegada al sistema universitario, esos primeros valores y hábitos adquiridos seguirán reflejándose en esta etapa.

Nos enfrentamos entonces a jóvenes que han perdido la ambición por el conocimiento, que muy pocas veces se apasionan por las clases que cursan, que no encuentran mayor importancia en recibir una cátedra con el docente que mejor domine la materia o que más les exija, sino con aquel que garantice que “la clase se pasa sola”.

Es momento de poner las barbas en remojo y no apartar el dedo del renglón, de permitirse cuestionar a esas nuevas generaciones de padres que se han vuelto más “modernos”, confundiendo comprensión y tolerancia con permisividad y compensación errónea.

¿Porqué premiar el esfuerzo? Hay que aplaudirlo, pero no ponerle precio. De igual forma, el sistema educativo debe replantearse la forma de premiaciones que solo reconoce talentos matemáticos y deja de lado otras habilidades que hacen de este, un mundo más humano.

Salvador Dalí expresó que “El tiempo es una de las pocas cosas importantes que nos quedan”.

*Profesora universitaria.