Rafael Delgado
Lo que la humanidad ha presenciado en las últimas semanas en Israel y en la Franja de Gaza ha hecho proferir profundos lamentos y rechazos. Nadie puede aceptar lo que acontece. Y seguramente no lo hemos visto todo, ni hemos escuchado lo que detrás de las noticias sucede en cada uno de esos hogares y familias donde la desgarradora violencia ha llegado para arrebatarles a sus seres queridos, destruirles sus bienes y dejar profundas heridas difíciles de sanar en el alma de la gente. Pero lo que se proyecta es suficiente para concluir que la razón y los valores están ausentes, prevaleciendo en los protagonistas los impulsos de destrucción y muerte. Nuevamente hemos visto a la humanidad con este conflicto caer rápidamente a estadios de emoción y de acciones donde la irracionalidad marca la pauta de los pueblos y sus dirigentes.
No existen argumentos válidos para justificar el brutal ataque de Hamas a la población civil de Israel que indefensa fue ejecutada y secuestrada aquel sangriento 7 de octubre. Tampoco puede haber complacencia con la desproporcionada y devastadora respuesta militar de Israel que lanzó posteriormente para aniquilar y borrar del mapa a Hamas con muertes de miles de inocentes. Está claro en lo que se ha visto que los planes de las partes se han ejecutado sin ninguna consideración sobre la población civil que ha tenido que sentir en carne propia la violencia escalando a dimensiones más destructoras.
Ahora, dos meses después de iniciado este sangriento conflicto, la búsqueda de una solución se ha estancado en breves altos al fuego que alargan la agonía y profundizan la desesperanza de la gente. Un poco de agua, un poco de alimentos, evacuación de los heridos y apertura de las fronteras para que la gente huya son las acciones insuficientes del momento. Después de esos días de tregua que deben parecer segundos para la gente, reinicia el ataque y el contraataque mejor calculado, hundiendo más a los involucrados en una sangrienta guerra que retrotrae a épocas que creímos haber superado. La dinámica de la violencia ha estado a sus anchas, se ha autoalimentado y fortalecido con cada muerte especialmente de la población palestina.
Los caminos hacia la paz están momentáneamente cerrados. Recientemente, la moción que se presentó en el Consejo de Seguridad que llamaba a un alto al fuego inmediato fue vetada por Estados Unidos. En la misma región no hay nada que indique que la guerra esté por finalizar y si detrás de los telones se están moviendo los gobiernos tampoco hay algo que sugiera un cambio en el conflicto. Dos meses sangrientos, parecen haber enterrado para siempre la oportunidad de una paz duradera, así como la esperanza que algo pueda empezar a gestarse en el duro camino del diálogo, la negociación y el entendimiento. Mientras tanto el extremismo israelí como el palestino adquieren mayor fuerza.
Pese a cualquier impedimento y dificultad que entrañe este conflicto no hay otra alternativa que el entendimiento entre las partes. Está claro que la paz duradera pasa por el reconocimiento pleno de ambos estados y de garantizar las condiciones para que ambos gocen de seguridad en sus límites, para sus ciudadanos y bienes; que no estén sometidos al acoso violento del extremismo y disfruten ambos del apoyo de la comunidad internacional. Todo lo anterior no ha sucedido con la fuerza requerida. El Estado palestino existe, pero sus condiciones son muy endebles. Esto es fatal para su propio desarrollo y de sus ciudadanos que padecen condiciones lamentables frente al bienestar de Israel y de los suyos. Desde hace varios años ha estado latente ese reclamo sobre las precarias condiciones de los habitantes de Gaza las que formalmente pertenecen al Estado palestino junto con Cisjordania. Muchos lo escucharon, pero nadie actuó para quitarle oxígeno al extremismo irracional que engendró. Si repasamos la historia reciente, claramente se proyecta una sucesión de acontecimientos complicados y duros para ambos pueblos que han padecido enormemente y que merecen un mejor futuro. Pero esta guerra solamente va a finalizar si se establece un plan que les devuelva a los palestinos y a los israelitas las esperanzas por tiempos mejores haciendo desaparecer la lógica de la guerra como el medio, finalmente falso, para garantizar la existencia de ambos.