¿Dónde están los verdaderos líderes?

Por: Héctor A. Martínez

Los líderes con credibilidad se cuentan con los dedos de la mano. Escasean tanto como los políticos íntegros. Este déficit se ha convertido en un verdadero problema en América Latina. La falta de líderes está obligando a las organizaciones y gobiernos, a sustituirlos por figuras prefabricadas, surgidas a la manera de estrellas promocionadas por los mercados del entretenimiento.

No pidamos peras al olmo: todos los líderes que surgen de la noche a la mañana presentan un denominador común: todos obedecen a las líneas estratégicas de un partido político, un gobierno, o a las pretensiones de crecimiento de una corporación. Bajo la dirección estratégica de Jack Welch, por ejemplo, General Electric pasó de facturar 26 mil millones de dólares en 1981, a 130 mil millones en el 2001. Gandhi, Lech Walesa, Juan Pablo II, si nos fijamos en sus contextos políticos, cada uno surgió en momentos en que el mundo se transformaba y ponía fin a los yugos imperiales; al colonialismo y al comunismo que, en esencia, vienen siendo la misma cosa. Que los líderes son necesarios, son necesarios.

En otras palabras, eso que llamamos inexactamente como “líder” no es más que el patrocinio exclusivo de ciertos grupos políticos, empresariales o gremiales con el fin de convertir a una persona en una marca registrada, o en la viva encarnación de ciertos principios e ideologías partidistas. Muchos de los presidentes de América Latina -incluyendo a Honduras- fueron impuestos por los partidos políticos de derechas y de izquierdas -pensemos en Fernando Cardoso en Brasil- para seguir una línea política reformista de corte neoliberal, aunque las valoraciones de impacto no vienen al caso.

“Los líderes nacen, se hacen, pero desarrollados en coyunturas favorables”, puede leerse en el “Manual para el liderazgo político” de Ricardo Homs. Estas coyunturas representan la esencia moral de la fuente de donde proceden los líderes; no importa si se trata de un grupo religioso fundamentalista, de una mafia o, inversamente, de un movimiento de recta constitución, que persigue fines benéficos para las mayorías.

Otros aseguran que los líderes no nacen; que todos llevamos la impronta del liderazgo, pero que debemos ser adiestrados por el contexto para elevarnos a esa categoría de preeminencia política. De eso se trata precisamente, porque no olvidemos que los líderes son ficciones del marketing político y privado con el objetivo de inducir a las masas para que consuman las ofertas vigentes, bien se trate de automóviles de lujo, alimentos procesados o candidatos presidenciales. Es lo mismo.

Ahora, ¿por qué existe tanta carencia de líderes verdaderos como aquellos del pasado que hacían caer las masas en una exagerada exaltación celestial? ¿Dónde están esos paladines de cuya figura los historiadores hicieron derroche biográfico en sus anales, elevándolos al grado de seres inmortales? Quién sabe. La desvalorización axiológica, por un lado, y la falta de coherencia entre la audacia, el coraje y la integridad -materia prima de los líderes- brillan por su ausencia hoy en día. Lo que sí sabemos es que para llegar a ser un verdadero líder, la persona elegida deberá ostentar ciertas virtudes que la diferencie de los demás; exhibir una marcada capacidad de mando y ser numen de confianza permanente entre sus seguidores.

Ante el vacío dejado por los verdaderos líderes, las organizaciones -como los partidos políticos- terminan imponiendo cualquier cosa. Falsos líderes en el poder traen como consecuencia inevitable, conflictos, un estancamiento económico, bancarrota, desempleo, pobreza y atraso económico. Razones suficientes para comenzar a buscar a esos conductores morales antes de que sea demasiado tarde para todos.