BARLOVENTO: Laberinto simbólico de Creta

Por: Segisfredo Infante

Octavio Paz publicó su más famoso ensayo “El laberinto de la soledad” en 1950, con la idea de aproximarse a la forma íntima de “ser” de su propio pueblo, con toda la sedimentación histórica subyacente, desde el momento de contacto, incluyendo la época colonial y la republicana, y así poder observar el siglo veinte, con el tema de los migrantes tempraneros y sus lenguajes. El autor, a mi modo de ver, percibió que había una especie de laberinto en la historia entrelazada de su pueblo en el proceso de configuración de su identidad, tan compleja como toda identidad latinoamericana, propia de los países jóvenes, que experimentan momentos de dolor e ingrimidad. Después Octavio Paz recopiló el libro “Posdata” (1970), como recapitulación del tema, proponiendo unos modelos de desarrollo factibles, sensatos y humanísticos. (Siempre he pensado que Octavio Paz estuvo influido, en sus ensayos centrales, por Ortega y Gasset).

Por otro lado, la historia de la isla de Creta se encuentra vinculada a la de Grecia, y viceversa; en ambas sociedades ha sido recurrente la noción de un laberinto, que podría simbolizar una base arquitectónica real o, por el contrario, podría ser parte de la imaginería mediterránea, con trasfondo mítico aterrador. La imagen del “toro celeste” o quizás bestial (encerrado en un laberinto), según cada caso, se encuentra interiorizada en la tradición de los hombres mediterráneos del sur europeo, tanto en la pintura como en la literatura, lo mismo que en viejas prácticas artísticas y rituales. Es curioso que, por mi parte, poquísimas veces haya encontrado en los libros que alguien estableciera una conexión entre el toro minoico de Creta y la pintura contemporánea de Pablo Picasso, especialmente representada en el “Guernica”, presuponiendo la tradición previa de la tauromaquia española y sus grandes encarnaciones como Ignacio Sánchez Mejías, a quien García Lorca dedicó un poema elegíaco excepcional.

La simbología del “Laberinto de Creta” ha traspasado las épocas y disciplinas, al grado que se habla de los laberintos psicológicos que todos solemos padecer en ciertos momentos de la existencia. Hay un libro de Julio Woscoboinik titulado “El secreto de Borges; indagación psicoanalítica de su obra” (1991), en donde se compara al escritor argentino con un minotauro ciego en medio de un laberinto picassiano, auscultando el vacío personal o de las sociedades latinoamericanas de las cuales el cuentista, ensayista y poeta universal era parte del fenómeno. Aquí el hipotético vacío del sabio se conecta con la ausencia de horizontes definidos, lo mismo que con la idea del caos eventual que exhiben las jóvenes repúblicas en fases y facetas cargadas de incertidumbre. Parejamente hay otro libro que lleva por nombre “Palos de ciego”, cuyo autor suelo olvidar, y que según me han dicho el contenido ha sido reforzado por la novela “Ensayo sobre la ceguera” de José Saramago, en tanto que los “latinos” somos incapaces de discernir entre lo verdadero y lo falso del acontecer de cada día, sobre todo por el bombardeo altamente negativista de las redes sociales, con las excepciones pertinentes.

Frente a lo incomprensible del mundo actual y las perspectivas del caos, existe la posibilidad de filosofar con seriedad y argumentar “con cuidado”, utilizando la dialéctica como clave (Harry P. Reeder) y la nueva “ciencia del caos” (I. Schifter). También queda la probabilidad de estudiar en forma minuciosa los aconteceres de la “Historia” a fin de encontrar el hilo de Ariadna que permita salvaguardar las preciosas vidas de seres humanos y encontrar las salidas de los laberintos aparentemente insalvables. Deseo en este punto disculparme con mis lectores en tanto que a veces utilizo los nombres de diversos autores con el fin de discurrir mediante un nivel básico de consistencia, y con el anhelo ingenuo de compartir lecturas. Aunque corremos el albur peligroso de asediar con referencias bibliográficas. Y es que tanto la gran “Filosofía” como la “Historia” emergen cual manantiales sobre cauces rocosos definidos, o más o menos inmóviles, que pueden auxiliarnos al pretender imprimirle un orden verbal y mental al caos primigenio que suele reaparecer en nuestras circunstancias regionales, transcontinentales y globales.

En la arquitectura de Creta podemos encontrar el palacio destruido de Knossos, que podría significarse como una prefiguración del laberinto universal. Igualmente detectaremos la escultura móvil y provocativa de una sacerdotisa cretense, como una remotísima premonición del arte barroco español y latinoamericano, por aquello de los “campos genéticos compartidos”, de los cuales hablaron unos investigadores japoneses hace alrededor de tres decenios. Es que se trata de aplicar con imaginación creativa el saber universal a los conocimientos prácticos de cada localidad, con el objeto primordial de encontrar los puntos de machimbre, entre lo general y lo particular. Si rechazamos la perspectiva multifacética del aprendizaje, estaremos sumergidos en los laberintos picassianos de la mezquindad, durante los próximos doscientos o trescientos años.