Por: Óscar Armando Valladares
Oswaldo López Arellano, Gustavo Álvarez Martínez, Walter López Reyes, Juan Alberto Melgar Castro, Policarpo Paz García, Romeo Vásquez Velásquez, José Mario Maldonado Muñoz, figuras y nombres que alcanzaron nombradía por lo que hicieron y representaron tanto en el vientre verde olivo de las Fuerzas Armadas como en la vida pública de Honduras.
Golpes de Estado y remociones de barraca, períodos de facto y constitucionales -con el compadrazgo de nacionalistas y liberales-, conflictos bélicos e ideológicos y hasta un breve período reformista en el que despuntó Maldonado Muñoz en la dirección del Instituto Nacional Agrario, hicieron del estamento castrense un poder fáctico complejo, estrechadamente ligado a Estados Unidos en la formación de cuadros, equipamiento, operaciones conjuntas, convenios -algunos muy permisivos- y alianzas en materia de seguridad bilateral y hemisférica.
Arrastradas por los vientos del norte, en plena era de la guerra fría tomaron partido en la lucha “antisubversiva” auspiciada por Donald Reagan en Centroamérica y en la que, bajo la influencia guerrerista del general Álvarez Martínez -instigador asimismo de la pacotilla empresarial Asociación para el Progreso de Honduras (Aproh)- estuvo en un tris de irse a las greñas con el gobierno sandinista nicaragüense. Afortunadamente, otro oficial, el general López Reyes, lideró la deposición de aquel el sábado 31 de marzo de 1984 y su extrañamiento del país por disposición del “alto mando”.
Varios años después -el 28 de junio de 2009- tuvo lugar la defenestración violenta del presidente Manuel Zelaya, urdida por grupos empresariales y cabecillas liberales y nacionalistas y ejecutada por una cúpula de uniformados al mando del general Vásquez Velásquez. De asalto en asalto, vino a los meses el largo ciclo de doce años en que el fraude y las conveniencias del capital privado nacional y foráneo facilitaron el arribo de los regímenes de “Pepe” Lobo y Hernández Alvarado, con el concurso de las armas que en mala hora se dejaron engatusar y pervertir.
Harto de tantos desafueros -narcotráfico, corrupción, sicariato, privatizaciones, deuda onerosa-, el pueblo aplicó el voto-castigo e invistió a Xiomara Castro con el cargo de Presidenta de la República, cargo que conlleva -como se sabe- la atribución constitucional de “ejercer el mando de Jefe de las Fuerzas Armadas en su carácter de comandante general”; de igual manera, nombra al Secretario (a) de Estado en el despacho de Defensa y al Jefe del Estado Mayor Conjunto -seleccionado de entre los miembros que integran la Junta de Comandantes.
En este contexto y en un giro inusitado -que recibió de inmediato el respaldo popular-, el titular del Estado Mayor, vicealmirante José Jorge Fortín Aguilar proclamó de viva voz: “No más golpes de Estado”, con expresión de los nombres de cuatro generales en retiro, quienes al parecer andaban en apangadas sediciosas. Luego, el 27 de diciembre recién pasado, el nuevo jerarca de las “gloriosas” general Roosevelt Leonel Hernández Aguilar, prometió servir a la patria con lealtad, honor y sacrificio y en fiel respeto a la Carta Magna, bajo la batuta de “nuestra Comandante General y Presidenta de Honduras, señora Iris Xiomara Castro Sarmiento”.
De lo visto y oído se sonsaca: que la institución busca dejar atrás el proceder errático que tuvo y mantuvo una jerarquía apañadora, que en virtud de sus relevos y renuevos “proyéctase” apolítica, no deliberante y pretende ser el brazo armado del pueblo. “¿Dónde está el norte de nuestra nación Honduras?”, indagó Roosevelt Hernández. “Está -dijo a sí propio- en la Constitución hoy liderada por los tres poderes del Estado”.
Así que, socios del bloque opositor, a deponer sus bravatas. A sosegarse y suscribir arreglos en el Congreso Nacional, si es que sus partidos y políticos tienen el propósito primario de contender en los próximos comicios y disponer, por ende, del tiempo justo para reorganizar e infundir vigor a sus disminuidas membresías. A votar en las urnas, que botar por la fuerza se les vino a tierra o, en habla hondureña, “se les ahumó el ayote”.