René Samayoa
En aquella muy querida Comayagüela, ciudad de insignes personas, mi mamá y mi tía “Yaya”, –ella se llamaba Rosa–, tenían la antigua costumbre de hacer el ‘’nacimiento’’ cada 24 de diciembre en la sala de la casa: y confeccionaban casitas de cartón , cerca del ‘’pesebre’’ donde colocaban al niño Jesús arropado con una sabanita que le daba calor, porque aquellos diciembres eran fríos , nuestro Jesús era ‘’español’’ y de muchos años porque nuestro bisabuelo oriundo de Toledo, lo trajo de España allá por los años de 1860, en que vino a Honduras a trabajar en Duyure. Y, a los dos años se casó con mi bisabuela Benita Rodríguez. Se llamaba Secundino Moncada Villareal. El niño Jesús mide 50 centímetros de largo, y yace acostado, es de una loza blanca fundida, y es bello, cabello castaño, ojos cafés; nuestra abuela materna Dorotea Irías, siendo pareja del general Francisco Moncada Rodríguez, nuestro abuelo materno, heredó el niño, y ella lo dio a mi madre Petrona Moncada Irías. Ella se lo dio a mi hermano el doctor
Enrique O. Samayoa Moncada. “Quique” se lo regaló a su hijo Roberto.
Bueno, siguiendo el relato, pues, el ‘’pesebre’’, hecho de rajitas de roble, y la almohadita la compraron en la tienda de doña Chayo Verde, en la Calle Real; los blancos corderitos, los compraron en la Casa Rivera, y Cía., también la vaca de cuero blanco y negro, y el burrito. Esos animalitos, con su tibio aliento daban al niño calorcito; y lo visitaban algunos pastores de las fincas colindantes. Los pastores los compraban en el mercado San Isidro a doña Blanca Cerrato, de Pespire, Choluteca, confeccionados de barro, y su vestimenta era una camisita azul, y pantaloncito blanco y sombrerito de paja.
Además del Niño Dios como principal, estaban dos o tres invitados, esa noche a esperar la famosa ‘’Cena de Nochebuena’’; y a las 11 pm íbamos todos al comedor, una mesa con un mantel de nítida blancura a cenar, nacatamales, comprados a doña Eugenia Ponce, en la séptima avenida; y terminada la cena, nos servían las infaltables torrejas. A las meras 12 sonaban los pitos de la Empresa de Agua y Luz, y del Telégrafo. Mamá le quitaba la sabanita al Niño y lo sentaba, la señorita Merceditas Fortín, con su bien modulada voz entonaba melodiosos villancicos, ¡ALEGRÍA! ¡GOZO!; una de las visitas escanció incienso, y por toda la casa se sentía el aroma como en la Iglesia ¡Aquellas Navidades las llevo en mi alma; Pues nos traen esa ¡PAZ! tan ansiada por todo mundo.
Y después, mi mamá daba a la concurrencia una mistela de anís, clavo de olor y vino.
Y se despidieron las visitas. Y ya a la una de la madrugada, pues a dormir
Miami, Florida, 15 de diciembre del 2020.