Por: Elvia Elizabeth Gómez García*
Hay tantas formas de referirse al inicio de un nuevo año. Una nueva vuelta al sol, 365 nuevas oportunidades, un nuevo capítulo de la vida con hojas en blanco en las cuales se puede reescribir la historia personal.
El último día del año muchos lucen sus mejores galas y comienzan a publicar en las redes sociales sus propósitos de año nuevo, esperanzados con que vendrán tiempos mejores y se cumplirán las metas propuestas.
Fotografías familiares, una mesa llena de comida alusiva a la fecha, copas para brindar, rituales para iniciar con el pie derecho augurando viajes, prosperidad económica y buena suerte.
Pero los números son fríos y las estadísticas no mienten, la pobreza y la brecha social se ha incrementado exponencialmente en los últimos 30 años. Inicia la cuesta de enero, con cifras alarmantes de desempleo, deserción escolar y hambre.
En el nuevo año se conjugan emociones como incertidumbre, esperanza, miedo y desilusiones.
Los jóvenes, llamados a cambiar el mundo y transformar la sociedad son cada vez más excluidos en un sistema en el que lo más importante es garantizar que la riqueza siga fluyendo para aquellos que lo dominan.
Mercedes Sosa cantaba “¿Quién dijo que todo está perdido? Yo vengo a ofrecer mi corazón”.
Lamentablemente no basta con las buenas intenciones, cosechar pobreza es lo que le permite al sistema seguir dando cuerda a un reloj que para los menos favorecidos avanza cada vez más lento y para aquellos que formamos parte del engranaje laboral se traduce en “dar la milla extra, poner alma y corazón, ser parte del equipo y sacrificarse por él”.
¿Es un nuevo año o simplemente es un día más? Ante horizontes tan desesperanzadores donde la desigualdad social cala profundo solo es un nuevo día, en el que se busca en los recovecos de la mente y el corazón el combustible necesario para seguir andando.
Recuerdo cuando ansiosamente se esperaba el cambio de milenio, se decían muchas cosas y entre ellas se hablaba del colapso del sistema, pero este sigue andando a favor de los poderosos, que han vuelto al mundo más materialista e individualista. Al respecto el escritor Eduardo Galeno expresó que “el código moral del fin del milenio no condena la injusticia, sino el fracaso”.
Su frase ha trascendido el tiempo y continúa teniendo una vigencia espeluznante, porque fracasar se ha convertido en una deshonra tal, que en muchos países altamente desarrollados las personas prefieren quitarse la vida antes de enfrentar la “vergüenza” de no haber logrado su propósito.
Pero ¿cuál es ese propósito? ¿Es el éxito personal o profesional? ¿Es el impuesto por un sistema altamente consumista e individualista? ¿Cómo se concibe una persona exitosa?
La respuesta que demos a cada una de las interrogantes planteadas será diferente en función de nuestras propias vivencias, del camino recorrido, de la familia en la que crecimos y de la formación académica que hemos adquirido, de esa a la que comúnmente llamamos “la escuela de la vida”.
Acerca del éxito, la escritora J.K. Rowling expresó que “algunos fracasos en la vida son inevitables. Es imposible vivir sin fallar en algo, a menos que vivas con tanta cautela que bien podrías no haber vivido en absoluto, en cuyo caso fallaste por defecto”.
Pero fallar no solo depende de nosotros mismos, depende de la sociedad y de las oportunidades que esta genere para sus miembros. Es fácil desalentarse cuando observamos que pese a esforzarnos y dar “la milla extra”, son otros los afortunados que se reparten con la cuchara grande. Entonces ¿dónde está la falla?
En un sistema que promueve la competencia, pero que no proporciona las herramientas necesarias para ello. Donde las mujeres se esfuerzan el doble, donde los jóvenes son explotados y los niños marginados, es difícil pensar en “un nuevo año”.
Pero como expresara el escritor Julio Cortázar “Nada está perdido si se tiene el valor de proclamar que todo está perdido y hay que empezar de nuevo”.
Como educadores vislumbremos la oportunidad de un nuevo año que nos permita tocar las mentes y corazones de nuestros estudiantes, quienes pueden aún transformar el mundo y hacerlo mejor, educando con propósito y no solo porque es nuestro trabajo.
*Profesora universitaria.