Por: Segisfredo Infante
A comienzos del mes de abril del año 2014, vino a Tegucigalpa el escritor veracruzano Braulio Peralta, a ofrecer tres charlas sobre Octavio Paz: en la Academia Hondureña de la Lengua, en la librería “Mundo Literario” de Tegucigalpa, y luego en la ciudad de San Pedro Sula, mi ciudad natal. Lo trajo el embajador Víctor Hugo Morales, muy amigo nuestro, hasta el día de hoy. La conferencia académica fue magistral, con intercambio de preguntas y respuestas. Al día siguiente lo llevé a la librería mencionada en donde se organizó un coloquio familiar, o amistoso, entre jóvenes intelectuales y el prestigioso visitante.
Con Braulio Peralta hubo empatía desde los primeros minutos, por ser un hombre accesible e intenso conocedor de la vida y obra de Octavio Paz, con quien cultivó una amistad íntima duradera, y a quien entrevistó en distintos momentos, al grado de publicar una recopilación de aquellas entrevistas equilibradas bajo el título “El poeta en su tierra: Diálogos con Octavio Paz” (1996, 1999). Este libro me lo obsequió el mismo Braulio Peralta, y unos días después me regaló una antología de la “Obra Poética de Octavio Paz (1935-1988)”, con la pertinente dedicatoria: “Al buen amigo y colega Segisfredo Infante, este libro que inicia nuestra amistad. Con afecto, Braulio Peralta. 4 de abril de 2014”. En mi profundo otoño, he comenzado a releer las dedicatorias de varios libros que me han obsequiado en el curso de las décadas. Si Jorge Luis Borges reparaba en los mensajes o letreros de los autobuses y camiones de Buenos Aires, yo reparo en las dedicatorias de los libros obsequiados por amigos, colegas y conocidos.
Sospecho que Octavio Paz fue uno de los poetas y ensayistas que más me influyó en los días finales de mi adolescencia “lírica”, incluyendo su técnica experimental de escribir ciertos poemas con una extraña tipografía en lengua española. Un poco a la manera de “Trilce” del poeta peruano César Vallejo. Por esta y otras razones me detendré en una sola de las entrevistas de Braulio Peralta. Me refiero a la que se titula: “La vida como juego metafísico” (p. 89), que trata de la amistad invariable entre Octavio Paz y el narrador argentino Julio Cortázar. Ambos eran jóvenes. Comenzaron su amistad mediante una relación epistolar en tanto que ellos escribían para la misma revista “Sur”, que se publicaba en Buenos Aires. Parece que el primer comentario sobre el libro “Libertad bajo palabra” de Octavio Paz, salió de la pluma de Cortázar, publicado en aquella prestigiosa revista suramericana.
Cuando se conocieron en forma directa, Julio Cortázar era un escritor que nada sabía de política. Tampoco parecía interesarle. Mientras que Octavio Paz había nacido dentro de la “izquierda” de su propio país, de la cual se fue distanciando lentamente, sobre todo, según mi opinión, a partir de la guerra civil española, que Paz había percibido con sus propios ojos, o en forma indirecta, con su propio juicio imparcial. En la medida en que Octavio Paz se distanciaba de las militancias de “izquierdas” adoptando posiciones liberales de “centro” (nunca “libertarias”) y se consolidaba como uno de los mejores escritores hispanoamericanos con su ensayo “El laberinto de la soledad” (1950) y otros escritos, Julio Cortázar, en cambio, se aproximaba aceleradamente a las posturas más o menos marxistas, exhibiendo una gran fascinación por Fidel Castro Ruz y principalmente por la figura histórico-legendaria del “Che” Guevara, el paisano argentino con el cual llegó a identificarse en forma plena. Aquellos acercamientos y distanciamientos críticos, en nada afectaron la amistad que los dos escritores “latinos” mantuvieron intacta hasta el final de sus vidas, amén de las diferencias ideológicas estructurales y coyunturales. Es lo que aquí podríamos denominar como una amistad genuina, por encima del tiempo cronológico, de las nacionalidades, de las variaciones lingüísticas, de los estilos y de los diferendos transitorios.
Dice Octavio Paz que “Julio era más europeo que hispanoamericano y por eso decidió vivir en París más que en Buenos Aires”. En la misma entrevista sostiene que “Julio tenía un talento inmenso. Cambió el español, con sus novelas y cuentos cambió a la prosa. La de Julio fue la más notable de su época. Le dio agilidad a la lengua española: soltura, ironía, la hizo brincar, volar, bailar… Y muy pocas veces al caer, se dio un golpe”. Luego añade que Cortázar ocupa “Un lugar de primera fila. Argentina nos ha dado a cuatro prosistas notables en el siglo XX: Jorge Luis Borges como autor de cuentos; José Bianco, desgraciadamente poco conocido pero autor de novelas cortas impecables como “Las ratas y Sombras suele vestir”; Adolfo Bioy Casares y Julio Cortázar”.
Que sirva el presente texto como mensaje de temporada para mis amigos lejanos Víctor Hugo Morales, Braulio Peralta y Marco Antonio Campos, en memoria de dos escritores diferentes pero respetables: Julio Cortázar y Octavio Paz.