Clave de SOL: Redescubriendo a Miguel de Unamuno

Por: Segisfredo Infante

Estoy comenzando a releer unos textos eruditos de Julián Marías relacionados con la personalidad y la obra de Miguel de Unamuno. Aunque los leí por primera vez, creo que allá por 1977, no tenía ni la menor idea quién era el filósofo Marías, con quien llegué a cruzar correspondencia amistosa varios decenios después. Pero sí reconocía los nombres de Miguel de Unamuno y José Ortega y Gasset, cuando cursaba los años de secundaria. Por eso compré, en aquellos lejanos días, el libro “Obras Selectas de Miguel de Unamuno” de la Editorial Biblioteca Nueva. Luego el estudio “Miguel de Unamuno” del mencionado Julián Marías, con páginas amarillentas, de Emecé Editores (1942, 1953).

Ahora me sorprende que un filósofo de rigor como Julián Marías (discípulo principal de Ortega y Gasset) se haya ocupado de la rica obra literaria de Unamuno, toda vez que el autor buscaba un trasfondo filosófico en sus páginas y pensamientos dispersos, habida cuenta del respeto que se le dispensaba al rector de Salamanca tanto en España como en el subcontinente latinoamericano. En cierta ocasión una muchacha que venía de Europa me relató que varios grupos de estudiantes llegaban desde Alemania a visitar Salamanca con el objeto principal de acercarse a la obra de Miguel de Unamuno. Por otro lado, con Rolando Sierra Fonseca fuimos a ofrecer, hace unos años, un par de charlas relacionadas con una novela de este personaje (“San Manuel Bueno, mártir”) a la “Escuela Bilingüe del Campo”, allá por el anillo periférico sur de Comayagüela.

Hoy que releo las páginas de Julián Marías comienzo a percibir tardíamente, y con más nitidez en la mirada, las fortalezas, las debilidades, los saltos, los vacíos y aquello que siempre me ha gustado y disgustado de la obra unamuniana. Me simpatiza muy poco, por ejemplo, su “Vida de Don Quijote y Sancho”, en tanto que interpretó a ambos personajes novelescos, sin ninguna aclaración, como si fuesen figuras de la vida concreta. No obstante lo expresado, pienso que sus principales fortalezas se encuentran en los ensayos ligados a los temas históricos y filológicos, sin demeritar su extrañas poesías y novelas.

Conviene puntualizar que Miguel de Unamuno nació y se formó, originariamente, en Bilbao, es decir, en el País Vasco. Y que realizó estudios universitarios de filosofía y letras en Madrid, especializándose en “griego antiguo”. Esto hace que Unamuno, un vascuence, aparezca más extraño de lo normal cuando se enamora apasionadamente de la lengua castiza o castellana, y del “Quijote de la Mancha” y de todo lo genuinamente español, evitando los enredos típicos de los superficiales de su propia época. El problema es que Unamuno parecía dar saltos y contradecirse de un ensayo a otro, fenómeno advertido anticipadamente por Julián Marías. Tal vez la dispersión de los escritos justifique tales contradicciones, y la tendencia existencialista que parecía anidarse en su alma. (Aquellos que escribimos cada semana conocemos, en carne viva, la tendencia inevitable a dispersarnos).

Pero por ahora lo que más me importa es el concepto de “intrahistoria” que utilizó Unamuno en distintos ensayos. Creo que es uno de sus aportes más atractivos. No obstante conviene guardar el indispensable cuidado, en tanto que de entrada Unamuno pareciera despreciar el concepto de “Historia” y a los investigadores históricos. Este desprecio aparente hacia la investigación archivística y arqueológica, se me antoja pensar que es una herencia derivada de sus lecturas de la obra pesimista de Arthur Schopenhauer, en tanto que más tarde, Jorge Luis Borges, otro escritor “schopenhauriano”, también sabrá fingir sus desdenes hacia la “Historia”, amén de que siempre estaba recurriendo a las menciones de hechos y personajes históricos, indexando los nombres de sus propios antepasados.

Aunque apenas lo he aludido en artículos anteriores, el concepto de “intrahistoria” de Unamuno es como el sustrato histórico subyacente que se acumula debajo del presente de un pueblo, de una nación o de la humanidad entera. Amén de su amor por Castilla y por todas “las Españas”, el autor exhibe una mirada abarcadora de la nave terráquea, lo cual lo convierte en un filósofo sui generis, esto es, en un pensador a su manera. A este “presente” riquísimo en joyerías subterráneas, según Unamuno debemos prestarle atención y estudiarlo con devoción purísima. No se refiere a cualquier presente, sino al que contiene una carga histórica esclarecedora, sedimentaria, con los ojos puestos en el porvenir.

Julián Marías propone que podría haber un sistema unitario en el pensamiento disperso de Miguel de Unamuno, por aquello de lo reiterativo. Por mi lado resguardo severas dudas. Amén de ello hay que reconocerle sus hallazgos, sus chispazos casi geniales que saltan desde las páginas de sus diversos escritos, especialmente de sus ensayos. Una sola muestra es que Unamuno lanzó uno de los mejores elogios sobre Guillermo Hegel, al decir que su obra era un hermoso y “gigantesco esfuerzo” del “ultimo titán para escalar el cielo”.