Rafael Delgado Elvir
Recientemente se conmemoraron los 500 años de fundación de la Villa de Triunfo de la Cruz, llamada Tela desde 1829, hecho que nos mueve a recordar el pasado para fortalecer la visión hacia el futuro de un lugar con enorme potencial para ser próspero, pero que aún atado a diferentes circunstancias, no logra encontrar el camino hacia allá.
Mi abuelo, Rafael A. Elvir, quien se asignó la tarea de registrar la historia de este lugar, escribe en su libro sobre Tela que el 3 de mayo de 1524, apareció por el lado de Punta Sal el conquistador español Cristobal de Olid. Venía en siete naves capitaneando 360 hombres traídos de México y 40 de Cuba con pertrechos de guerra, armas de fuego y corazas de hierro. Continúa informando que Olid exploró la bahía en busca de buena agua, vital para la sobrevivencia, y sólo la halló en los ríos Tela y Gilantrique; desembarcó y fue allí, y en ninguna otra parte, donde fundó la Villa de Triunfo de la Cruz concluye. Lógicamente que había habitantes en la bahía o cerca a ella; probablemente Tehuacán era uno de los poblados de nativos, así como otros asentamientos cercanos que comunicaban con las poblaciones del Valle de Sula detalla el libro.
Según los registros y las investigaciones, por mucho tiempo la localidad fundada no fue más que un punto de referencia. Gozó de alguna importancia comercial en algún tiempo por ser un sitio de escala de la ruta marítima entre Trujillo y Omoa. Fue salida hacia la costa del Caribe para los pueblos de Yoro que sacaban sus productos hacia el mercado. El litoral sufrió los asedios de la reina de los mares, Inglaterra, que incursionó y controló en diferentes momentos regiones enteras de esta geografía. Según Rafael A. Elvir, su presencia marcó esos años y algunos de los lugares de esta costa y en especial de Tela, que aún se conocen con sus nombres en inglés, se remontan a esos tiempos de la presencia inglesa.
Importante de mencionar, es la llegada de los llamados Caribes, hoy garífunas, a Tela y a otras localidades del litoral caribe. Arribaron primero procedentes de las Antillas a las Islas de la Bahía bajo posesión inglesa. Expulsados los ingleses a finales del siglo dieciocho y como parte de una decisión de las autoridades coloniales, fueron asentados en diferentes puntos de la costa desde Trujillo hasta Belice.
Durante el siglo diecinueve Tela, la hermosa y rica bahía, habitada hasta ese entonces por los descendientes de los nativos americanos, de los españoles, así como de los garífunas, recibió a muchos otras corrientes de inmigrantes. A mediados de ese siglo llegaron los norteamericanos, entre ellos oficiales del sur de EUA que habían perdido la guerra contra el norte, así como corrientes migratorias del interior de Honduras dándole dinamismo. Le siguieron para principios del siglo veinte, árabes, italianos, franceses, alemanes, judíos y chinos. Es así que, entre dos ríos, la playa y los cerros, una cuadrícula de un par de calles y avenidas albergaba al mundo entero.
La atracción que generó el lugar eran sus valiosos recursos naturales y su inmediatez por vía marítima a los mercados internacionales. Las bondades de sus tierras para el cultivo del banano, el surgimiento de los barcos de vapor, así como las debilidades institucionales del país hicieron posible unir las piezas para las empresas bananeras y la conformación del enclave bananero durante el siglo veinte.
Aquello terminó en sus dimensiones originales. Hoy Tela crece y con buenas razones, busca con el viento a su favor, su lugar en un mundo diferente. Todavía están los valiosos recursos que pueden impulsar un sector turístico pujante enmarcados en la sostenibilidad ambiental; allí permanece su estratégica posición geográfica que hace posible la rápida conexión con los mercados vía aérea, marítima o terrestre. La gran tarea está en sus líderes locales, en un gobierno de avanzadas ideas e intenciones sinceras, que puedan volver a unir las piezas para conformar una bahía dinámica con un desarrollo genuino e incluyente sin el despojo de antaño y para el bien de su gente.