BARLOVENTO: No es geopolítica decorativa

Por: Segisfredo Infante

Cada diez o cinco años se ha venido anunciando, desde mediados de la década del cincuenta del siglo veinte hasta los días que corren, el aparecimiento de un “nuevo orden mundial”, con percepciones encontradas según sea el tinglado doctrinario del individuo o del grupo de personas que pregonan tal o cual postulado geográfico, económico, político, ideológico o tecnológico, con visiones interesantes pero unilaterales. Desde la suma total de cada “nuevo orden mundial”, de los variados discursos simultáneos y contradictorios, se desencadenan confusiones de perspectiva, ante los ojos de los lectores profanos que intentan esclarecer el enmarañamiento que se deriva de la marcha del mundo.

Aparte de estudiar cuidadosamente las palabras de los dirigentes mundiales, las insinuaciones, los documentos que firman y los llamados “lenguajes corporales”, sería de desear que conociéramos el trasfondo histórico y psicológico que se esconde detrás de los discursos y de los grandes gestos políticos. En coherencia con este fin, existen cuando menos cuatro disciplinas que auxiliarían en dirección a penetrar estos fenómenos: La “Historia” concebida como ciencia humanística y acumulación de datos, misma que serviría al momento de indagar la multilateralidad de los aconteceres internos y externos. La “Psiquiatría” para comprender (de ser posible integralmente) los comportamientos de los personajes instalados en el vértice del poder, incluyendo a los mandos intermedios. Y la “Economía” política con el objeto de olfatear las operaciones económicas reales, un poco al margen de las cifras edulcoradas, de cada país, región, continente o hemisferio “global”. Inmediatamente después de las tres actividades científicas antes mencionadas, vendría la “Semiótica”, una disciplina joven que se encarga de estudiar los lenguajes sígnicos, es decir, los significados y los significantes, las señales directas e indirectas; e incluso los gestos faciales.

Estas reflexiones vienen a mi mente después de la visita del presidente chino Xi Jinping a dos países de la Europa del Este (Hungría y Serbia), y de su encuentro recientísimo con Emmanuel Macron, actual presidente de Francia. No se trató de un excluyente festejo decorativo (o conmemorativo) entre Pekín y París, tal como lo han exteriorizado algunos analistas expertos en “chinología”. Ni tampoco de las simples relaciones comerciales, deficitarias para los europeos frente a China Popular. Me parece que lo correcto es indagar los factores multicausales, y asimismo los antecedentes de tales conexiones.

Conviene recordar, por principio de cuentas, la actitud autonomista del expresidente católico francés Charles de Gaulle frente a los Estados Unidos, su aliado natural, y sus proximidades diplomáticas y comerciales con China Popular (1964) y después con la URSS (1966), amén de las diferencias de los modelos doctrinarios y económicos. De hecho las relaciones entre los dirigentes franceses y chinos han sido omnicomprensivas sobre todo a partir de la década del setenta del siglo pasado. En cierta ocasión (ya lo he divulgado en otros artículos) unos periodistas le preguntaron al primer ministro chino Chou Enlai qué opinaba acerca de la Revolución Francesa, y desde una visión milenarista contestó que todavía “es demasiado pronto para opinar”, quedando desbalanceados los interlocutores. De hecho continúan las interrogantes sobre aquella respuesta enigmática.

Volviendo a los mediados del siglo pasado, los dirigentes chinos adoptaron sus propias opiniones en torno a la crisis política de 1956 desatada en Polonia y en Hungría respecto de la forma de manejar las relaciones exteriores de la Unión Soviética (léase Nikita Kruschev y sus consejeros) con los países de la Europa del Este. De hecho Mao Tse-tung externaba una excelente opinión sobre la personalidad del mariscal yugoslavo Josip Broz Tito: “un revolucionario por derecho propio”. No es casual, entonces, la buena relación de los chinos con Belgrado, capital de Serbia (antigua capital de Yugoslavia), un punto clave en la perspectiva de “las rutas de la seda” entre el Oriente y el Occidente.

No es geopolítica decorativa. Mi opinión personal (puedo estar equivocado) es que China Popular desea en el fondo desmarcarse de la Federación Rusa en lo que concierne al tema de Ucrania, por aquello de “la autodeterminación de los pueblos”, que siempre ha sido una bandera del “PCCH”. Y quizás reaproximarse, por segunda o tercera vez, a los Estados Unidos y a la Unión Europea. El tema es que fue más fácil descifrar el “Código Enigma”, a que los actuales dirigentes del “Mundo Occidental” descifren, nuevamente, los mensajes subliminales de los chinos. Sugiero que leamos los libros “La China de Mao y la Guerra Fría” (2001) de Chen Jian; y el “Sector No estatal en China, 1978-1992” de Gladys Hernández Pedraza. Los especialistas occidentales podrían sugerir otros textos, digamos, por señalar algo, el libro “Chindia: cómo China e India están revolucionando los negocios globales” de Pete Engardio, de la casa editora “Mc Graw Hill”, del año 2008. Nada se pierde con pretender estudiar los dos hemisferios del planeta Tierra, tal como se estudian los dos hemisferios del cerebro del “Hombre”.