Por: Oscar Armando Valladares
En la siempre grata compañía de Salomé Castellanos Delgado, en el año 2020 recorrimos las instalaciones del proyecto Miqueas, localizadas a seis kilómetros del centro capitalino sobre la carretera que conduce al departamento de Olancho. Refugio e institución solidaria -fundada en enero de 2000- encarna la misión de equipar a niños y jóvenes en situación de pobreza con habilidades espirituales, emocionales, intelectuales y físicas a fin de convertirse en líderes en el ámbito familiar, social, profesional y cristiano.
Deriva su nombre -Miqueas- del profeta que figura en el Antiguo Testamento, el cual en su “libro” profiere varias profecías, al decir, por ejemplo, que “Samaria será hecha montones de ruinas” y la calamidad vendrá “hasta la puerta de mi pueblo, hasta Jerusalén”. Denuncia a los gobernantes “que oprimen al hombre y a su casa”. Los jefes -dice- “juzgan por cohecho, y sus sacerdotes enseñan por precio, y sus profetas adivinan por dinero”. Proclama, no obstante, que en los postreros tiempos habrá paz: “martillarán sus espadas para azadones, y sus lanzas para hoces; no alzará espada nación contra nación, y se sentará cada cual debajo de su vid y debajo de su higuera. Confié en la justicia y reverdece en él la esperanza. De ahí que el proyecto sostiene en sus fundamentos “que nuestros niños y jóvenes pueden abordar la corrupción y la impiedad de su sociedad, guiados con el mismo espíritu de audacia con el que Miqueas predicó”.
Consta el proyecto de dos casas más: la Casa Isaías, operando desde 2015 y que impulsó el misionero cristiano Stephen Kusmer, donde se ofrece un programa residencial orientado a la rehabilitación de jóvenes de la calle víctimas de la drogadicción, a quienes se capacita laboral y discipularmente; y la Casa Timoteo, en la que los beneficiarios tienen la oportunidad de transitar exitosamente hacia una adultez independiente, con apoyo educativo tanto del nivel primario como del secundario.
Además de la entrega solícita asumida por ciudadanos de Estados Unidos, como el señor Kusmer y el señor Michael Miller, tráese a la memoria el nombre y las ejecutorias de Timothy Gunderman, quien el recién pasado 28 de abril falleció en su país, a la edad de 76 años. Con su adorada esposa Kathleen Hessert, formó una sólida pareja dada al servicio de Dios y al trabajo voluntario en USA, por caso, con la comunidad de ciudadanos vietnamitas en Charlotte y en campamentos de migrantes en el sur de la Florida. Con ferviente dedicación, tuvo y mantuvo estrechos vínculos con Miqueas, interesándose particularmente en la niñez hondureña arrastrada por el flagelo de la droga. Fue, asimismo, fundamental su aporte en la construcción y puesta en servicio de la planta de tratamiento de agua, en la Villa Linda Miller, comunidad que alberga a 165 familias, damnificadas por el huracán Mitch y que antes del desastroso fenómeno vivían en la colonia Miramesí. Colindante con el plantel de Miqueas, el conjunto habitacional tuvo en el señor Gunderman a uno de sus aportantes. De similar manera, puso todo su esfuerzo en la apertura del proyecto culinario -denominado Micah Cooks-, encargado de formar jóvenes de ambos sexos en el “arte de la cocina”, uno de cuyos graduados, Arle Mejía, prosigue estudios en el Instituto de Le Cordon Bleu, de Lima, Perú.
Siempre ocurrente, bromista, familiar en el trato y de buen talante, Timothy Gunderman -el Caballero Católico de Malta- regresaba a Honduras dos veces por año, a partir de 2015, ganándose en cada visita el cariño y la admiración ilímite así del personal de Miqueas como de los niños y jóvenes que le conocieron o sabían de su espíritu solidario. Con una misa en la iglesia de St. Gabriel de Charlotte, Carolina del Norte, se recordó este 15 de mayo su vida de empresario altruista y generoso, pues como nos dijo su amigo de años Michael Miller, nos inspiró a todos y, su gran ejemplo, nos alienta para continuar con renovados bríos las actividades sociales del proyecto Miqueas.