Por: Lorenza Durón
Al abrir un enlace de TikTok, inmediatamente después de exhibirnos un corto video, la plataforma ofrece otro corto sobre cualquier cosa. Visto ese segundo corto, hemos mordido el anzuelo, hemos indicado a la aplicación que tenemos tiempo libre para ver lo que nos ponga enfrente. Es completamente aleatorio por diseño, su algoritmo – o reglas para determinar la forma en que se seleccionan los contenidos que nos aparecen en la pantalla o pantallita – pronto adivina lo que nos es interesante y mantiene pegados, ofreciéndonos más y más hasta agotarnos. Cansado y con goma el cuerpo busca otra fuente de dopamina, pero regresa a la fuente más accesible y barata de todas: la pantalla de su celular. Un enlace de TikTok muestra en quince segundos una nueva modalidad de asaltos, luego cinco formas de amarrarse un pañuelo, un señor haciendo fonomímica a la canción más popular de Dua Lipa, la receta de un té para adelgazar, ejercicios para fortalecer el abdomen, una coreografía de niñitos chinos, la versión tecno de “La gata bajo la lluvia”, un artista usando kétchup para pintar un cuadro, etc. etc. etc. todo vacuo, inocuo y en menos de diez minutos. Pero hay quienes siguen hasta que embotados cierran su dispositivo con un “¡vade in retro, *+&%$@!”.
Los estímulos que acaparan desproporcionadamente la atención en efímeros mensajes nos pueden llegar a asignar posturas políticas y hasta llegamos a mimetizar los símbolos en tendencia. Y aun con acceso a lo que José Ortega y Gasset podría denominar “la inaudita riqueza de estímulos espirituales de la mayor nobleza”, al pinchar el enlace de TikTok escogemos transitar por “la calle que el demonio asfalta con los valores destruidos”. (MW)
En algunos países, el algoritmo de la plataforma está diseñado para mostrar a los jóvenes ciertos contenidos. Son educativos o artísticos cuando se propone estimular intelectualmente a la población, escandalosos y vulgares cuando se busca pervertirla, manipuladores cuando se le quiere convencer sobre una presunta urgencia política. Ante tal riesgo, el senado de los Estados Unidos de Norteamérica aprobó con una votación de 79 a 18, la Cámara de Representantes con una de 360 a 58, una legislación que obligaría a la empresa con sede en China ByteDance, propietaria de TikTok, a vender la aplicación a un comprador que no esté controlado por un adversario extranjero, como Rusia, China o Irán. Un propietario local – que no está exento de manipular el algoritmo para favorecer a su candidato predilecto – al menos podría tenerle más amor a la población de su país y, Dios mediante, ofrecerle contenido formativo y virtuoso.