Por: Oscar Armando Valladares
Hubo una hornada de hombres de hábil pluma -escritores, periodistas-, que tomaron parte en la política doméstica -controversiales unos, polemistas otros-, con sobrada militancia en las filas nacionalistas y adictos, por caso, a Carías Andino, Julio Lozano y Juan Manuel Gálvez, de los que vienen a la mente: Fernando Zepeda Durón, Julián López Pineda, Hostilio Lobo, Eliseo Pérez Cadalso, Jorge Fidel Durón, Víctor Cáceras Lara, Oscar Acosta, Miguel R. Ortega, Virgilio Zelaya Rubí, Antonio Ochoa Alcántara…
Entre las filas liberales destacaron dos dirigentes, de polémica y polemista figuración: el escritor José Ángel Zúñiga Huete, a quien se debe la producción de una biografía de Francisco Morazán, y el narrador y periodista Oscar Armando Flores Midence; el primero con ascendente incidencia en la vida pública a partir del gobierno del general Rafael López Gutiérrez, el segundo, durante el resurgimiento orgánico del liberalismo -después del derrocamiento de Lozano-.
El drástico protagonismo de Zúñiga, titular de Gobernación en el gabinete de López Gutiérrez, le concitó desde entonces el rencor sectario de los “cariístias” y, en el curso de los días, se vio envuelto en polémicas con Paulino Valladares, director de El Cronista. Contendió como candidato presidencial en los comicios de 1932, ocasión en que el periodista López Pineda le enrostró linduras como las siguientes: “Honduras no ha tenido un tirano tan sobrio y peligroso como este señor. Ahora quiere atrapar la presidencia de la república…Ni en los tiempos de Domingo Vásquez vio el pueblo hondureño conculcadas sus libertades y violados sus derechos como bajo el poder omnímodo de Zúñiga Huete en 1923 y 1924, cuando nadie tenía la cabeza ni sus bienes a salvo bajo la posesión neroniana de este sátrapa inmisericorde”.
Triunfó Carías Andino y, bajo su férula, los conservadores se apropiaron del poder por 16 años, lapso durante el cual el “León del liberalismo” mantuvo su liderazgo problematizado. En febrero de 1948 retornó del exilio, a fin de disputar la presidencia del país con el sucesor de Carías, el abogado Juan Manuel Gálvez. En octubre, mes de las elecciones, el “zúñigahuetismo” se abstuvo de participar, “dejando enteramente libre el campo al nacionalismo” (Lucas Paredes).
Como se recordará, en el régimen de facto de Lozano, habían sido desterrados Villeda Morales, Francisco Milla Bermúdez y Oscar A. Flores. Siete años después el médico de Ocotepeque -al que llamaban “Pajarito”- asumió la presidencia de la República. Su gestión tuvo rasgos progresistas; la oposición lo acusó de intimar con la izquierda, se resquebrajó la débil unidad partidaria, los militares se encelaron por la existencia de la guardia civil y, al influjo de la guerra fría, el gobierno fue depuesto el 3 de octubre de 1963.
Desafecto con Villeda y con Rodas Alvarado (quien aspiraba a la presidencia), Flores se unió al nuevo gobierno encabezado por el coronel López Arellano, llegando a ocupar la presidencia de la Corte Suprema de Justicia. Indicó al respecto: “Lo que ha sucedido yo se lo advertí al liberalismo con la debida anticipación…; pero no quisieron oírme. Les dije claramente lo que podría suceder…Este es el resultado lógico de la impremeditación de ciertos líderes que, cegados por la ambición, no pudieron ver los obstáculos”. En julio de 2007, la viuda del expresidente, señora Alejandrina Bermúdez, evocó que el 8 de octubre de 1971, día en que murió el Dr. Villeda, Flores estuvo a su lado “y escuché su conversación por largo tiempo. Creo que lo que me explicó se apegaba a la verdad y que sus lágrimas fueron sinceras…También pienso que algunas de las opiniones de Oscar, en octubre y noviembre de 1963, derivaron de un estado anímico comprensible entonces; pero sus juicios fueron más objetivos y diferentes cuando habló conmigo…y cuando escribió tras la muerte de Ramón”.
En el campo de las letras Flores Midence dio a la estampa los libros Presencia del olvido y La voz está en el viento. Según el analista Manuel Salinas, hay en ellos “presencia de una temática urbana, crítica de las clases medias, diálogos y descripciones ágiles, objetivas y directas, y empleo de recursos como el humor y la ironía con los cuales desacraliza tabúes y prejuicios sociales”. En el marco de sus actividades la Dirección de Cultura de la UNAH, a mi cargo, recordó los 100 años del cuentista, en ceremonia especial acontecida el 3 de julio de 2012.