Por: Héctor A. Martínez (Sociólogo)
Hoy en día, el deterioro económico, la polarización, el miedo y los odios que nos envuelven nos impiden distinguir con claridad lo verdadero de lo falso, lo razonable de lo ficticio. Nadie sabe hacia dónde vamos en medio de esta humareda anárquica que impide ver la realidad. Líderes autoritarios, deterioro moral, invasiones y genocidios, rebrotes ideológicos, aumento de la represión, en fin. Todo ese desmadre en nombre del bienestar ciudadano, pero la verdad es otra.
Le llaman “multipolaridad”, aunque las cosas no han cambiado mucho desde los días de la Guerra Fría: los mismos miedos y enconos han rebrotado. Los actores son los mismos imperios de siempre: China Continental y Rusia, y sistemas bien entronizados, como los Estados Unidos, que parecen perder terreno ante sus viejos enemigos. En ese retornar a los viejos conflictos, nuestros países hacen las veces de peones del tablero, lo que indica que la autodeterminación de los pueblos es solo un juego de palabras.
La polarización y la posverdad es la niebla condensada que todo lo difumina: detrás de ellas apenas distinguimos que la trinchera de la democracia liberal y el capitalismo está siendo bombardeada por un enemigo que porta diferentes enseñas: desde la izquierda autoritaria, los fundamentalismos religiosos, hasta los movimientos de la diversidad sexual.
Algunos inocentes le llaman el “despertar”, pero se trata de otra cosa: los negocios detrás del poder. Todos quieren encolarse con ese poder, no con fines democráticos, por cierto; al contrario: estas virtudes tan exaltadas son los verdaderos enemigos de los líderes autoritarios. Putin, Maduro, Ortega y hasta Trump saben de lo subversivo de esas palabras: la democracia no cabe en su lógica de gobierno.
La mayoría de los académicos también están confundidos. En lugar de procurar una teoría holística que explique el fenómeno, prefieren marcar el paso del autoritarismo al que confunden con los movimientos reivindicativos del ayer; y hasta se integran a “la causa”, haciendo a un lado la verdad positivista. Todavía no desbrozan el marxismo de sus marcos lógicos. Apuestan por un Estado fuerte, anticapitalista y autoritario, ignorando que Lenin abjuraba de ese mismo Estado aburguesado, divorciado de las necesidades del pueblo, y que el mismo Trotsky detestaba, dada la pésima productividad de la economía socialista.
Las viejas élites de derecha no están menos desorientadas. Como nunca practicaron una verdadera democracia ni un verdadero capitalismo, no saben qué camino tomar: o inventan partidos maquillados de reformismo -Nuevas Ideas, Semilla, ADN-, o se tiran al autoritarismo con tal de no perder privilegios.
Así que, en medio del humo del desorden, los caminos para nuestros países latinoamericanos son: un capitalismo renovado con partido único; el tradicional mercado cautivo con ambiente multipartidista y -tan deplorable como este- un sistema de economía intervenida con partido único en el poder. Todavía queda la posibilidad de una economía de mercado libre con más democracia, tal como pretende Javier Milei en la Argentina, a pesar de la guerra que enfrenta contra la burguesía de izquierda.
En medio de la humareda, la moneda del devenir latinoamericano está en el aire, a pesar de la violencia, el autoritarismo, el desangrado económico, la represión y el intervencionismo imperialista. El mismo humo que nos hace tomar decisiones políticas desacertadas, que nos mantiene en la zozobra, en el miedo y en la desesperanza. Porque, al final de cuentas, no somos los ciudadanos los que contamos; son otros; unos pocos que deciden por nosotros.