Por: Segisfredo Infante
Nunca olvido a los buenos colegas ni mucho menos a mis amigos integrales, aun cuando los años atraviesen como una daga invisible nuestra salud, nuestro corazón y resquebrajen nuestra frágil memoria. Aún conservo (cuando menos por mi lado) la amistad del abogado José Torres, con quien fuimos compañeros en el sexto grado de educación primaria, en la Escuela Nocturna “Augusto Bressani”, conocida durante el día como Escuela “República Oriental del Uruguay”, calle de por medio de la vieja casa presidencial, en el centro histórico de Tegucigalpa. Con José Torres (en aquel tiempo él era un joven integrante de la “Escuela de Aplicación de Oficiales”) viajábamos hasta la hacienda “El Trapiche”, a estudiar matemáticas. Por aquellos días lejanos se me daban muy bien los números. Tampoco olvido al director y profesor Daniel Ruiz Pineda (QEPD), sin cuyo auxilio hubiese sido poco menos que imposible, en 1971, terminar con honores mi educación primaria, en tanto que él me apoyó en momentos enteramente difíciles.
En el ambiente del “Tricentenario” del nacimiento del gran filósofo alemán Immanuel Kant, ha regresado a mi mente la imagen condescendiente y educada del psiquiatra, profesor y columnista hondureño Dagoberto Espinoza Murra, con quien en los últimos años, antes de su penoso fallecimiento, nos reuníamos en las cafeterías y en su propia residencia con la idea de ventilar temas filosóficos; o por el simple placer de conversar, sin agendas, con otros amigos y colegas. El surgimiento de nuestra amistad, debo confesarlo, fue de aproximaciones graduales, hasta que un día se me acercó, en una librería, con el fin de preguntarme en dónde podría conseguirse el libro “Curso de filosofía en seis horas y cuarto” del escritor polaco Witold Gombrowicz. Otra vez discutimos respeto de los orígenes del “Hospital Escuela”, según las versiones del doctor José Antonio Peraza Casaca (probable amigo de mi padre en San Pedro Sula) y del doctor Enrique Aguilar Paz Cerrato.
Dagoberto Espinoza Murra fue uno de los fundadores de la Carrera de Filosofía de la UNAH, cuando él se desempeñaba como vicerrector de esta venerable institución, como lo atestiguan los documentos. De ahí su interés por esta disciplina universalizante. En cierta ocasión me invitó a su casa con el fin paralelo de mostrarme una carta manuscrita de Froylán Turcios, dirigida a su señor padre el profesor José María Espinoza Cerrato, otro amigo entrañable y excompañero de trabajo, que de Dios goce. Pero más que mostrarme aquella curiosa carta, lo que el doctor Murra anhelaba, en el fondo, era proponerme nuevamente la creación de un grupo interdisciplinario de estudio de la obra filosófica de Immanuel Kant, cuya sede estaría localizada en su propia residencia. Comencé a dar los primeros pasos en la dirección deseada por el amigo, cuando de pronto falleció, y aquel proyecto kantiano quedó trunco, como en el aire. A propósito de ello, hace pocos días le sugerí a “Rolandito”, un joven entusiasta que estudia en Estados Unidos, que escriba algo sobre el “Tricentenario” de Kant, tal como lo hizo, con brillantez, Pedro Morazán, hace pocos meses, en la República Federal de Alemania. Suponemos que serán muchos los ensayos publicados o por publicarse en Europa sobre la obra monumental del filósofo alemán. Aquí lo interesante es que lo haya hecho un buen amigo hondureño, de mi generación “centralista”, y que posiblemente lo haga un jovencito, de los más prometedores, de las nuevas generaciones catrachas. Estaremos a la espera del artículo de “Rolandito”.
El otro amigo psiquiatra, quien al final de su vida intentó incursionar en los terrenos de la filosofía, fue el doctor Américo Reyes Ticas, una de las primeras víctimas hondureñas del Covid, mientras participaba en unas conferencias en Miami, Florida. Aunque yo me encontraba totalmente retirado del mundo de la televisión, Américo me invitó a que realizáramos un programa sobre “El mito de Sísifo” y el suicidio, basándonos en una obra filosófica de Albert Camus. Acepté la invitación por tratarse de un amigo entrañable, quien incluso llegó a confesarme lo relativo a sus estudios en “La Gatera” que auspició el teólogo y filósofo Juan Antonio Vegas (QEPD). También mencionó los nombres de otros estudiantes socialcristianos que después se convirtieron en “marxistas”. Me expresó que estaba muy apesarado de haber retornado demasiado tarde a la filosofía.
Mi remembranza reiterada de estos amigos psiquiatras, es singular. Dagoberto Espinoza Murra fue muy generoso conmigo en dos o tres columnas de LA TRIBUNA y en varios fragmentos de sus muchos artículos. Américo Reyes Ticas, por su parte, atendía a mi familia sin ningún interés, con la característica especial que jamás se dejaba manipular por sus pacientes. Cada vez que me acuerdo de estos dos amigos y de otros fallecidos, me entra la daga periférica de la nostalgia, que parte lo boreal y austral, aplaudiendo asimismo sus contribuciones médicas en Honduras y en América Latina.