Por: Otto Martín Wolf
Hace algún tiempo escuché a un vendedor de medicinas callejero ofrecer cierto tónico con poderes curativos extraordinarios. Ciática, colesterol, caída del cabello, mal de amores, según el hombre servía para todo.
No pude evitar preguntarle: “Por qué los médicos no hablan de ese producto siendo tan maravilloso?”. Su respuesta recibió una aprobación casi del total del grupo de personas a su alrededor.
¿” Qué saben los médicos?” -eso fue lo que me contestó
Los curiosos asintieron, demostrando su concepto de la ciencia; estaban más dispuestos a creerle a un merolico callejero de fácil de palabra que a quien ha realizado estudios académicos.
Ya he escrito sobre el tema y lo continuaré haciendo mientras crea que puedo ayudar a combatir la ignorancia, especialmente que está creciendo en esta era, cuando existen más medios de información que en toda la historia de la humanidad.
Se dispone ahora de la mayor cantidad de recursos técnicos para el aprendizaje y la erradicación de la ignorancia y la estupidez, lamentablemente está sirviendo para todo lo contrario.
El acceso masivo a las comunicaciones permite que los imbéciles y los ignorantes (y ciertamente gran número de aprovechados) disfruten de la libertad y facilidad de lanzar al mundo las ideas que les dé la gana, llevándose de encuentro todo lo que encuentran a su paso: historia, conocimientos científicos e, inclusive, el uso de la razón.
Lo peor del caso es que salen impunes y algunos hasta más ricos.
Veamos este ejemplo: Un ignorante e imbécil decide publicar el siguiente mensaje “Todos los científicos del mundo están equivocados, mienten porque les conviene, lo único cierto es esto…”.
De un plumazo ese atorrante coloca en un solo grupo a todos los científicos del mundo y, de paso, dice que están equivocados, que sólo él conoce la verdad.
Quizá no pasó del tercer grado de primaria, apenas si sabe leer y escribir, pero puede decir cualquier tontería y hacerla llegar a decenas de miles.
Ese mal nacido sabe más que todos los científicos, al menos eso es lo que creen sus fanáticos, que son aún más imbéciles e ignorantes que ese “influencer” y sus múltiples seguidores.
El problema se hace más grande según vamos considerando sus implicaciones. Cuando a una persona se le “implanta” una idea, lamentablemente ésta permanece casi por siempre en su cerebro, quiero decir, para él se convierte en una verdad y será muy difícil sacarla de ahí, aunque se le enseñen pruebas que demuestren fuera de toda duda que la idea es falsa o está equivocada.
A usted, posiblemente, desde muy niño le implantaron la idea de que existen unos seres espirituales llamados ángeles que, entre otras cosas, están dotados de alas.
¿Para qué necesita alas un ser espiritual?
Ahora, con un poco más de raciocinio sinceramente conteste: ¿de verdad puede usted imaginar un ángel sin alas?
Difícilmente, yo tampoco, aunque no crea en nada de esas cosas.
Los ángeles tienen que tener alas.
Lo mismo está sucediendo a escala global con todas las estupideces que los “influencers” y muchísimas otras personas publican diariamente en las redes sociales.
Muchas de esas cosas permanecerán por siempre en el cerebro de centenares de miles de personas, serán parte de “su verdad”, aunque sean más falsas que promesa de político.
Algunos, más sensatos, podrán buscar información, pero, ¿dónde la encontrarán?
También en el mismo medio que les informó la falsedad y, quizá, la respuesta que obtengan vendrá de otro “influencer” o de otro idiota.
Total, muchísimos seres humanos -especialmente los jóvenes- crecerán y formarán sus vidas creyendo un montón de falsedades.
Una cosa rara del homo sapiens es que estamos inclinados más a creer lo que “dicen por ahí” que a las pruebas científicas que demuestran la realidad de las cosas.
Con la llegada de Internet cualquiera puede postear lo que quiera, con imágenes súper convincentes y en unos segundos encontrar decenas de miles de seguidores que pueden convertir en “realidad” la más grande de las mentiras y/o estupideces.
Pero no se crea que eso sólo sucede por estos rumbos – en estos países salvajes- en los Estados Unidos hay muchos que creen que un grupo de políticos del Partido Demócrata, secuestran niños y se los comen.
Como un ejemplo, ese rumor llevó a que el 4 de diciembre de 2016, Edgar Maddison Welch, de 28 años, descargara un rifle de asalto en un restaurante de pizza en Washington DC, donde, “se decía”, se llevaba a cabo el crimen.
El incidente fue llamado «Pizzagate”.
Por ahí vamos en todo el mundo, creo que esta era será conocida por los historiadores como “El renacimiento… de la ignorancia”.