Héctor A. Martínez (Sociólogo)
Aunque tratemos de llevar una vida tranquila y echar la mirada hacia otro lado, no podemos negar que vivimos en un ambiente de angustia, de ansiedad y de miedo. Nada discurre normal, y lo sabemos.
El miedo y la ira que experimentamos en ambientes polarizados, como el que vivimos actualmente, son expresiones adaptativas que adoptamos por mera sobrevivencia darwiniana. Al contrario de los ambientes pacíficos, solemos responder a los estímulos aversivos de diferentes maneras, desde una actitud de impasibilidad temporal -como encerrarnos en las redes sociales-, hasta las demostraciones más impetuosas, como la agresión y la ira.
Los hondureños vivimos apremiados frente a esta polarización inventada por los políticos, por cuestiones de poder. Los escándalos cotidianos, las primicias sobre altercados entre personajes que figuran por su nivel de agresividad, las publicaciones provocadoras en las redes sociales, todo ello afecta, indudablemente, la salud de los ciudadanos que poco o nada tienen que ver con las tragedias y comedias típicas de la covachuelas del poder.
La promoción del escándalo ampliamente mediatizado tiene a los psicólogos, psiquiatras y hasta sepultureros, con buenos dividendos frente a una clientela cuyas patologías mentales se han disparado desmedidamente en los últimos años. Así funcionan los mercados, incluyendo el de la salud: el que ayer se lamentaba, hoy festeja de alegría.
Aunque el mundo está pasando por una interfase histórica de consecuencias insospechadas, como decía Zygmunt Bauman, es claro que, en sociedades donde impera la pendencia en cada aventura política, la polarización social, los odios, las inquinas y las trampas, elevadas a la categoría de encabezados en las primeras planas, están afectando los comportamientos de las personas que se ven obligadas a participar exasperadamente en las contiendas que ellas no han provocado.
El estrés que manejamos, origen de las variadas patologías mentales de hoy -e incluso la muerte-, proviene de esa angustia que falsamente atribuimos al trabajo, a los problemas financieros, al mantenimiento de la familia, etcétera. Hay un miedo profundo que nos obliga a pensar que no existe salvación alguna. En todo caso, debemos ser pragmáticos para sobrellevar la crisis, si queremos evitar pagar un alto precio por obsesionarnos con la fatalidad del mundo.
A lo mejor, los estoicos no dejaban de tener razón; no podemos permitir que el sensacionalismo y los escándalos que pregonan a cada segundo las redes sociales y los medios de comunicación, nos afecten de manera directa. No hay mejor manera de generar estrés que esta costumbre de pretender ser parte de los millones que siguen las notas de gamberros y las amenazas de los matones metidos a la política.
Podemos comenzar eliminando nuestras cuentas de las redes sociales, no darle seguimiento a ningún posteo que incita al pleito, o simplemente bloquear a los más facinerosos del ecosistema politiquero.
Si de algo ayuda, cambie su rutina: practique yoga, aliméntese sanamente, haga ejercicios suaves -como el Taichí-, escuche música relajante, duerma montón y, si es creyente, ore profundamente y asista con asiduidad a los oficios religiosos. Por cierto: cultive el hábito de la lectura edificante y deje de ver tanta estupidez en TikTok y “X”. De esta manera podemos sobrellevar las crisis y evitar gastar en ansiolíticos, psiquiatras y agoreros.
Y aquí estamos: esperando a que la rueda de la vida, la historia, la Providencia y los procesos electorales libres de amaño jueguen a favor de la salud mental de los ciudadanos en el 2025.