Por: Lorenza Durón
El líder alto, elocuente, carismático y moderado que la gente bien prefiere, parece haber sido eclipsado por una especie de césar: usa la provocación y las técnicas de propaganda para llamar la atención. No se puede determinar teóricamente cuál propaganda es mejor que la otra, la propaganda que funciona es la que logra resultados deseados. El fin de la propaganda no es ser inteligente, decente, gentil, suave y modesta. Es ser exitosa, aunque sea por los diez minutos que dura nuestra atención. Lo dijo un experto cuyo nombre se asocia con Hitler, mucho antes que existiera el ciclo noticioso de veinticuatro horas. Al escudriñar un poco en los planes y motivos de estos nuevos líderes, resultan ser normales, de sentido común, hasta aprobados por la ley o los estatutos corporativos. Pero como sus rasgos de carácter pueden ser exagerados por sus adversarios o por quienes tengan la capacidad de satanizarlo en la arena pública, creemos estar desde nuestro pedestal moral justificando una nueva postura ideológica que nos distancie del deplorable ser que provoca la alergia de su adversario.
Las ideas en si no inspiran el grado de compromiso que nos mueva a desempoltronarnos y salir a oponer resistencia contra quienes quieren derribar nuestros principios. Es rico ir con la corriente, confirmar nuestros prejuicios evitando leer opiniones que los cuestionen. Tampoco tenemos tiempo de leer tres versiones un mismo hecho, estudiar el contexto, analizar las redes de amistad o de negocios de los actores involucrados, muchos menos la historia, ni los recursos de investigación digitales cuando hasta la Wikipedia establece narrativas equivocadas. Nuestra opinión es asignada por una fuente que confirme nuestro sesgo. Le pasa a cualquiera, hasta a los más academizados e intelectualizados que no son inmunes al efecto Dunning-Kruger, menosprecian la intuición de una masa a la que algo no le cuaja.
En el tema de calentamiento global hay un consenso que oscila entre uno y dos grados proyectados a cien años. Lo que despierta pasiones es la urgencia con que se proponen medidas. Han surgido personajes cuya veneración mediática es casi religiosa y proponen castigos a los que cometen el pecado de ofrecer otras soluciones al problema. Se comportan como la institución dogmática y castigadora que tanto se ha criticado. Como a Greta, al Dr. Fauci y al valiente Zelensky no se les podía cuestionar, hubo que sofocar a la disidencia, y mientras las cosas caigan por su propio peso, hay que compartir la opinión más segura, la que no moleste a nadie, la de vainilla.
“La gran mayoría rara vez es capaz de pensar en forma independiente. En la mayoría de las cuestiones, aceptan puntos de vista prefabricados y están igualmente contentos si nacen o se les induce a adoptar uno u otro conjunto de creencias.” F. Hayek