Lucem et Sensu: El populismo perfecto

Por: Julio Raudales*

Claudia Sheinbaum fue elegida primera mujer presidenta de los Estados Unidos Mexicanos. Sus compatriotas decidieron, de forma contundente, continuar confiando en la manera de hacer gobierno ejercida por Andrés Manuel López Obrador (AMLO). Concluirá así, el próximo 1 de octubre, el primer sexenio de lo que prometía ser la “cuarta transformación” en el mayor país de habla hispana en el mundo.

AMLO llegó al poder en 2018, luego de dos intentos infructuosos, con una propuesta que él mismo denominaba de “izquierda”, que prometía hacer la cuarta transformación de la historia de su país para eliminar de un solo golpe -decía- la corrupción del PRI y el PAN, sus rivales y enemigos históricos, así como la violencia, que es el mayor látigo que golpea al país del norte.

Ahora bien, lo que el veterano político denomina izquierda, es algo muy diferente al concepto tradicional que los estudiosos sociales dan a este lado del espectro político.

Por ejemplo, el presidente no se mostró nunca empático con los grupos LGTBI, al grado que llamó a la diputada transexual Salma Luevano “señor vestido de mujer”. Por menos que eso, en nuestro país los izquierdistas condenarían a cualquier político al suplicio mediático.

Pero la cosa no termina allí. En un momento en donde todos los partidos de izquierda están obsesionados con el cambio climático, AMLO nada contra corriente: Ha impulsado proyectos que priorizan el uso de combustibles fósiles y ha destruido la selva mexicana, pese al reclamo de grupos ambientalistas y defensores de indígenas, para favorecer grandes proyectos de infraestructura como el Tren Maya y el Ferrocarril Interoceánico.

Si alguno de sus antecesores, Peña Nieto o Calderón, hubiesen dicho o hecho lo que el “Peje”, sus acciones habrían sido catalogadas de “neoliberales” y ultraderechistas.

Sin embargo, parece que a los votantes mexicanos les gusta mucho escuchar a sus políticos decir que son de izquierda, aunque los hechos les contradigan. Lo mismo hizo el PRI (Partido Revolucionario institucional) cuyo discurso presuntamente revolucionario le sirvió para quedarse 70 años en el poder.

Pues bien, aupada por López Obrador, la señora Sheinbaum ganó de forma aplastante las elecciones del pasado 1 de junio. Sus cartas de presentación son impresionantes: Es doctora en ingeniería energética de la UNAM con más de 100 publicaciones en revistas científicas y dos libros especializados. Pero no solo eso, tiene además una amplia experiencia en cargos públicos relevantes y ha sido, durante toda su vida estudiantil y profesional, una entusiasta activista política en favor de las causas “progresistas”.

Su propuesta concreta es dar continuidad al legado de su predecesor y mentor. En síntesis, México continuará por el camino recorrido en los últimos seis años: muchos proyectos estatales de infraestructura, atracción de industrias chinas que se han relocalizado para estar más cerca del mercado norteamericano (nearshoring), una reforma energética que privilegia el uso de combustibles fósiles por encima de tecnologías renovables, pero sobre todo, la persistencia de acciones de corte populista que confunden la política social con los regalos gubernamentales en efectivo y los subsidios que alegran y satisfacen a la clientela política. La educación y la salud siguen igual que hace 20 años en México.

¿Será esto “regeneración” o “transformación” como le llaman sus propulsores?

Pues, parece que habrá que rediseñar los conceptos. El resultado de las elecciones en el país del norte nos muestra, no solo que el populismo puede ser efectivo para ganar elecciones pero que, además, puede ser una mampara adecuada para hacer que los posibles detractores callen y hasta aplaudan acciones que en otro contexto rechazarían.

Sin embargo, hay un elemento pequeño, aunque sumamente eficiente en todo este escenario: AMLO se ganó la confianza y el afecto de la masa en México, debido a su persistente afán de mostrarse como un hombre austero y de darle a su gobierno una apariencia de frugalidad y modestia. Ya Mujica nos había enseñado antes lo bien que funciona esta vía.

En efecto, AMLO es una prueba de que la política es una actividad fundamentalmente semiótica. Las señales, los signos son cruciales. El haber mudado el centro de mando de Los Pinos al vetusto Palacio del Zócalo, no usar el lujoso avión presidencial, mostrarse como un presidente sencillo y cercano a la prensa, a la gente, conquistó el corazón de los votantes, quienes le perdonan no haber reducido la violencia e incluso hacerse de la vista gorda con el narcotráfico.

¡En fin! la elección del pasado domingo deja muchas lecciones que los políticos del patio deberían tomar para bien o para mal. Ojalá y tomen nota.

*Rector de la Universidad José Cecilio del Valle.

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