A propósito del salario (y el desempleo)

Héctor A. Martínez (Sociólogo)

Fue Marx quien inició la trifulca que aún perdura en nuestros tiempos: que los capitalistas obtienen sus ganancias al apropiarse de la mayor parte de la riqueza generada, correspondiéndole al trabajador un pírrico porcentaje que le impide satisfacer al cien sus necesidades básicas. Desde ahí se genera la creencia de que la racionalidad capitalista opera sobre un supuesto “deshumanizante”, y que dicta la necesidad de cambiar el modo de producción actual por uno de corte socialista. A partir de ese momento, cada quien tira por su lado: empresarios, libertarios, socialistas y sindicatos.

¿Cuáles son las causas de los bajos salarios y el desempleo en Honduras? ¿Podemos reconocerlos de modo que la información sirva para solventar el problema y no utilizar la información con fines ideológicos y de propaganda oficialista?

En primer lugar, en Honduras, los salarios bajos son una realidad, debido a ciertas limitantes sobre las que operan las empresas locales y que no se contemplan en las encuestas, entre ellas, las condiciones oligopólicas, la mala calidad del proceso productivo; la baja productividad del trabajador, la limitada expansión y diversificación de bienes y servicios en cada rubro; el porcentaje de participación de mercado que impacta en las ventas, la tecnología obsoleta; el temor a competir con marcas de otros países, el pésimo servicio al cliente, etcétera. Esos problemas no existirían si las empresas nacionales fueran globalmente competitivas y sus marcas anduviesen abarrotando los “stocks” alrededor del mundo.

En segundo lugar, sin inversión, no hay empleo; esta viene a la baja cuando al Estado le importa un pito la seguridad, en el amplio sentido del término: respeto por la propiedad privada, por la vida humana, la justicia fiscal, pero también por servicios de salud, educación y transporte de primera, como en Europa. ¿Cuántos hondureños desajustan sus ingresos por obtener servicios privados de salud y educación que superan en calidad a los estatales? ¿Cuántos inversionistas revisan los riesgos de país, antes de meter su plata a un negocio?

En tercer lugar, los salarios no se dan por antojo politiquero, como en el Estado, sino que responden a la demanda del mercado laboral. Hay profesiones más apetecidas que otras, y hay productos y servicios que ofrecen un valor agregado. Por eso los futbolistas e influencers ganan más que un profesor universitario y una laptop requiere mayor inversión que producir una camisa.

En cuarto lugar, la pretendida equidad salarial sustentada por los sindicalistas, además de compensar a los mediocres y a los buenos por igual, propicia la distorsión salarial, y frena las contrataciones para quienes procuran un empleo por vez primera. Ello, a pesar de la lucha reconocida por los derechos laborales.

En quinto lugar, con un promedio educativo de cuarto grado, ¿qué tipo de salario esperamos que nos ofrezcan los empleadores de este u otro país? ¿Qué nivel de inversiones se moverán hasta este territorio de medianía educativa y de escasa competitividad en el “Know-how” global? ¿Qué clase de profesional modernizado están produciendo nuestras universidades, escuelas técnicas y de negocios?

Vea: para los políticos y empresarios, el largo plazo no vende; pero, si hay una decisión, un solo camino para resolver todo este desmadre, es el de hacer a un lado los mitos marxistoides, los ideales intervencionistas, la tacañería empresarial, los compadrazgos empresariales, el populismo y la demagogia, y comenzar a hablar como adultos inteligentes -y patriotas-, que quieren cambiar el rumbo de la historia nacional.