Por: Segisfredo Infante
A unos cuarenta y cinco kilómetros aproximados al noreste de la Ciudad de México, se localiza el enorme emplazamiento urbanístico de Teotihuacán. No se sabe de dónde emergieron sus habitantes ni siquiera cómo se llamaron a sí mismos. Pero los arqueólogos coinciden que entre el siglo tres y el siglo dos antes de Jesucristo, los indios teotihuacanos ya estaban instalados en el altiplano en donde tiempo después levantarían, poco a poco, una de las ciudades más imponentes de Mesoamérica y quizás de todo el planeta, si vemos el panorama con la óptica comparativa de aquella época. Tampoco se sabe hacia dónde se desplazaron sus pobladores después del colapso “incomprensible” de aquella magnífica civilización. Así que sobresalen las conjeturas hasta la presente fecha.
Ciertas personas sugieren que los teotihuacanos podrían ser de origen “olmeca”; pero a mí me parece insostenible esta hipótesis en tanto que los indios olmecas comenzaron a elaborar unos glifos primitivos, unas enormes cabezas y los primeros rudimentos numéricos con el fin de computar el tiempo, en función de diversas necesidades. En Teotihuacán, en cambio, son escasos los glifos aparentemente escriturales o numéricos. Más bien los mayas podrían estar conectados, en sus raíces originarias, con los olmecas del Golfo de México, en tanto que los mayas desarrollaron la escritura, perfeccionaron la numeración y los calendarios lunares y solares que sirvieron al resto de las culturas mesoamericanas, incluyendo a los muy posteriores aztecas.
Entonces Teotihuacán se levanta con sobriedad en el horizonte como un gigantesco enigma, que reta a los turistas, y principalmente a los arqueólogos, a los guías de turno y a los observadores de mirada penetrante. Es probable que se hayan publicado centenares de ensayos sobre el tema teotihuacano, con vehemencia a partir de los nuevos descubrimientos, en que se ha puesto en cuestión si acaso la “Pirámide del Sol” estaba dedicada al astro rey o a otra divinidad del periodo clásico. Pero nada se pierde con añadir unos renglones inocentes desde la periferia hondureña.
Sin ningún margen de dudas se trata de una de las civilizaciones más sólidas, sobrias y grandiosas de todos los tiempos, con dos pirámides escalonadas (de tres o cuatro cuerpos cada una) que muy poco tendrían que envidiarles a las pirámides de Egipto en materia de conocimientos arquitectónicos y perspectiva geométrica, con la ventaja que ambas pirámides teotihuacanas están rodeadas de edificios y de complejos habitacionales. En virtud que la teotihuacana era una sociedad teocrática, se dice que los complejos habitacionales eran sólo para beneficio de los sacerdotes o chamanes. En lo personal considero que eran demasiados los barrios confortables restaurados y en proceso de restauración, que a mi juicio se trataba más bien de una amplia clase media encargada de auxiliar a los sacerdotes, dirigir los procesos de construcción y facilitar el intenso comercio en un valle de vastas dimensiones, con campesinos dedicados a la producción agrícola y a otros menesteres artesanales, al grado que desviaron un riachuelo con el fin de aproximarlo a la ciudad y fertilizar los campos más o menos resecos localizados en los alrededores. (Es probable que en materia artesanal los teotihuacanos hayan sido expertos en trabajar distintos tipos de obsidiana).
¿Cómo fue posible el desarrollo de una civilización monumental con pirámides escalonadas, templos, edificios, calzadas perfectas, barrios y aldeas, sin haber dejado ninguna huella escrita claramente sistematizada? Es evidente que los teotihuacanos poseían una cosmovisión del mundo y unos conocimientos geométricos de primer orden, y un sentido de la higiene individual, pues construían baños e inodoros en el centro de la ciudad. Pero no dejaron, a simple vista por lo menos, una sola estatua que indicara sus inclinaciones. Apenas unas pinturas murales de jaguares y de pájaros “divinos” análogos de Quetzalcóatl.
Hay varias hipótesis sobre el colapso de Teotihuacán aproximadamente en el siglo séptimo de la era cristiana. Pero son contradictorias entre sí. Observando detenidamente la vegetación se percibe una sequedad y resequedad de los terrenos. Es posible, según mi profana opinión, que un trastorno climático haya estremecido los cimientos de la economía de los teotihuacanos. Además fue una costumbre mesoamericana que al producirse grandes crisis económicas o alimentarias, los indios abandonaran a sus sacerdotes, líderes y dirigentes y se marcharan hacia otras tierras lejanas. Esta hipótesis me parece más fuerte que todas las demás, aun cuando se diga que cuando llueve el valle de Teotihuacan reverdece.
En todo caso Teotihuacán es un ejemplo de doble vía sobre la importancia de los números y de una escritura definida, con una memoria impresa frente a la posteridad. Ello a pesar de las pruebas de “carbono catorce” y de “potasio argón”. Teotihuacán continuará, pues, como un gigantesco, maravilloso y fatigoso enigma ante las nuevas generaciones.