LETRAS LIBERTARIAS: Por qué no les gusta Javier Milei

Por: Héctor A. Martínez (Sociólogo)

Recuerdo que el papa Benedicto XVI no era del agrado de muchos feligreses porque tenía un rostro de pocos amigos y una personalidad fría que contrastaba con la angelical figura de Juan Pablo II. A pesar de ello, Joseph Ratzinger era un verdadero genio que entendía con profundidad filosófica y teológica los problemas de la era posmoderna que afectaban a la Iglesia y la sociedad, especialmente a las familias.

A Javier Milei le sucede lo mismo que a Ratzinger. El “che” no es nada querido, especialmente en las filas de la izquierda que engloba a socialistas y amantes del estatismo; a los defensores de la batalla cultural, así como entre los miles de burócratas que viven a expensas del Estado. También es repudiado por las huestes del “progresismo” entre ellas, académicos y líderes de ONG que lo acusan de negacionista y títere del poder económico; empresarios protegidos por los gobiernos peronistas y hasta por periodistas que entienden someramente el liberalismo económico. La versión liberal de Milei es algo así como la inversión ideológica de aquel comunismo que aterraba a las élites de derechas en los años de la Guerra Fría.

Que cante rock, que riña con el peine, que se rodee de perros, se disfrace de superhéroe o aparezca en espectáculos televisados, no significa que el hombre no sepa lo que hace o esté chalado: Sócrates era feo y Aristóteles, tartamudo. En todo caso, el gobernante soporta en este momento una fuerte presión en las calles, redes sociales y en los medios de comunicación que le acusan de hacer a un lado la llamada “justicia social”, subterfugio ideológico que Milei señala de propiciar el despilfarro y la ineficiencia burocrática.

Economista antes que político, Milei domeña el lenguaje y los fundamentos de la Escuela de Austria, que es precisamente lo que espanta a sus oyentes, acostumbrados a las “boludeces” de los kirchneristas cuando decían “Este gobierno cumplió cada una de las promesas”. La jerga técnica de Milei es más fría que la sensiblería discursiva que pregonan los amantes del colectivismo, reflejada en las “ayudas”, “beneficios” y otras regalías que propician la dependencia y la idea de que el político entiende mejor las necesidades de a gente.

Si uno no ha leído a Mises o a Rothbard es imposible entender a Milei. De ahí su frase subversiva de que “El Estado es el enemigo”, extraída, sin duda, de la obra de Jay Nock (1935) “Nuestro enemigo, el Estado” -que puede bajarse en formato PDF-.

Para un “outsider” -y liberal a la vez-, ganarse una riada de enemigos en América Latina es sumamente fácil: basta con decir que habrá que bajarle al despilfarro del gobierno, aplicar la frugalidad en las instituciones y suprimir las dependencias que no agregan valor -verdaderos centros de costos-, para que los populistas, líderes gremiales y los que hacen negocios con el Estado, peguen el grito en el cielo. A cualquiera que sugiera pasar el escalpelo por el Estado, se le impone inmediatamente el sello de ultraderechista, capitalista inhumano, explotador, oligarca y, por supuesto, la más promocionada, la campeona de las consignas almidonadas: la de ser un “neoliberal”.

Así que Milei tiene mucho que demostrar para no figurar en el hall de la fama de los populistas latinoamericanos y sepultar para siempre las esperanzas de los libertarios del mundo. Dispone de poco tiempo para desencadenar una verdadera explosión liberal y ser el más aplaudido.