Clave de SOL: Las paradojas de Chesterton

Por: Segisfredo Infante

Leyendo, hace tantos años, un libro de Ernst Bloch sobre el ligamento hegeliano entre el “Sujeto” y el “Objeto”, descubrí unas páginas en donde el filósofo alemán contemporáneo aplaudía la técnica escritural del escritor británico Gilbert K. Chesterton (1874-1936) por la recurrencia de las paradojas. Si la memoria no me juega una mala pasada, creo que Bloch sugirió que las paradojas de Chesterton son dialécticas y revolucionarias. Lo que vendría a coincidir con aquello que se les atribuye a los franceses que la ironía es lo más revolucionario que existe. (No el sarcasmo ni la grosería).

El primer libro de Chesterton que tuve ocasión de leer en mi juventud fue “El candor del Padre Brown”, un libro de cuentos del subgénero policíaco que me fascinó por la sencillez y agudeza del personaje central: un sacerdote católico aparentemente ingenuo enfrentado a uno de los más diestros ladrones y a otros personajes sofisticados de su época. Desde el comienzo hasta el final de sus páginas deliciosas Chesterton nos conduce por un sendero de inesperadas sorpresas que han sido bautizadas como paradojas, que más allá de la aparente aridez conceptual, se trata del asombro filosófico que producen los acontecimientos grandes y pequeños de la existencia en general.

La primera de todas las paradojas es que Chesterton, habiendo sido bautizado como anglicano y habiendo recorrido los caminos bifurcados del librepensamiento y del ocultismo, al final se convierte al cristianismo católico en forma definitiva allá por 1921-1922, bajo la consideración racional que la institución católica llevaba dos mil años de existencia y de conocimiento y tratamiento, a fondo, del bien y del mal, que son como indispensables al momento de elaborar un nuevo constructo ético sobre la base de una tradición respetable que le imprimiera consistencia al sentido de la vida. Una segunda paradoja es que era amigo personal del dramaturgo irlandés Bernard Shaw, un socialista (¿ateo?) a quien también le encantaban las bromas, los antagonismos y las paradojas.

Pero lo más sorprendente es que un filósofo alemán de tendencia marxista nada ortodoxa como Ernst Bloch, haya sido uno de sus principales admiradores y defensores, por aquello de la inteligencia abierta y la perspicacia refinada de Gilbert Chesterton. Volviendo a las historietas del Padre Brown, se trata de un personaje narrativo que retrotrae a las ingenuidades de “Cándido o el optimista” de Voltaire, con una diferencia sustantiva, el Padre Brown no anda buscando, en ningún lado, el saber absoluto del “mejor de todos los mundos posibles” de Leibniz, sino reconvertir hacia el bien y hacia el cristianismo a los hombres hundidos en las malas acciones del bajo mundo.

No quiero ni puedo dispersarme en la rica obra literaria y cuasi filosófica y teológica de Chesterton, sino principalmente centrarme en su artículo-ensayo, de su propia pluma, “La paradoja andante”, que tal vez permite redescubrir al mismo Chesterton. El autor sugiere que los ingleses padecen del apetito de las paradojas; o que las mismas son parte de la identidad nacional de los verdaderos ingleses. “Lo curioso del inglés representativo de los últimos siglos”, dice Chesterton, “es que persigue instintivamente la paradoja más disparatada y luego la acepta como una verdad evidente. Dice que tiene la cabeza dura y se pone cabeza abajo para demostrarlo.” El autor se refiere en este punto al famoso practicismo británico, con la arbitrariedad que la mayoría de los ingleses se han alimentado del teatro, de novelas románticas y de duendes. “Claro está”, sigue diciendo el autor, “que todo lo que en Inglaterra era realmente práctico, se consiguió a pesar de descuidar lo teórico, y no a causa de ello. Pero todo lo de Inglaterra que era poético, en cuanto distinto de lo práctico, debía realmente algo a ese gusto por la paradoja.” La obra del genial William Shakespeare es un ejemplo rotundo de lo afirmado por Chesterton.

Siempre me he preguntado cómo los individuos de una nación tan inclinada al sentimiento empírico, es decir, al practicismo y a la demostración experimental, han producido algunos de los más bellos poemas de la literatura universal. La respuesta no es nada fácil. El mismo Chesterton intentó aclarar este dilema: “como nación hemos tomado nuestras ideas de novelas y comedias y fábulas mucho más que de los libros de texto sobre economía”. (…) “Esta clase de ficción está, naturalmente, llena de paradojas; o, en otras palabras, de sorpresas.” (…) “A este respecto necesitamos realmente un poco más del férreo sentido común de los latinos, quienes saben que los planes y los sistemas se hacen con la lógica, así como las máquinas y los motores se hacen con las matemáticas. Así como ellos saben que dos y dos son cuatro, así saben también que el pensamiento es realmente necesario para la acción.” Al final podríamos concluir que Chesterton fue como el culmen moderno de la paradoja británica.