Las risas, carreras y los sonidos del rodaje de la bicicleta que armaban y desajustaban a cada momento los gemelos, Jairo Jafet y Jairo Augusto Benavidez, de diez añitos, no se volverán a escuchar en las estrechas callejas y avenidas del apacible municipio de San Buenaventura, al sur de Francisco Morazán, pero los recuerdos de su corta vida serán eternos entre los familiares, vecinos y amiguitos.
Así como vinieron al mundo, casi tomados de la mano, también se marcharon al cielo, después de sufrir un fatal accidente, el pasado domingo, al salir prácticamente “volando” de un vehículo pick up que conducía su tío, Asbelt Lagos, a la altura de la aldea El Tizatillo, salida al sur de Tegucigalpa.
En el barrio El Centro, en San Buenaventura, casi frente al parque, en la casa de sus abuelos, Guido Lagos y Ana Francisca Fúnez, fueron velados los dos cuerpecitos.
En sus féretros estaban las camisas de su amado equipo de fútbol “Cachorros”, con el que fueron campeones el año pasado en la liga infantil de los municipios del sur de Francisco Morazán.
La camisola número cinco la vestía Jairo Jafet y la tres Jairo Augusto y ambos jugaban de defensas centrales y la gente disfrutaba verlos dominar el balón en las polvorientas canchas de la zona y los pequeños tampoco se perdían los partidos.
Los gemelos nacieron el 7 de enero del 2005 y recientemente cumplieron diez añitos.
Ellos lo celebraron junto a su hermanita, Sheysell Lagos (12), sus tías, abuelos y padre Jairo Augusto Lagos, con quienes degustaron un delicioso pastel.
Ambos chiquitines crecieron junto a su tía, Eufemia Lagos, después que su madre los dejara a los ocho meses de nacidos para irse a trabajar a España, mientras que su abnegado padre se convirtió en su adoración y no se querían separar de él.
SUEÑOS EN EL CIELO
“Yo les dije que no se fueran, que se quedaran en la casa, pero les gustaba andar en el carro con mi abuelo”, decía su hermanita, quien pedía a Dios que se los devolviera, porque jugaba con ellos y les ayudaba con las tareas que les dejaban en la escuela local, “José Trinidad Cabañas”.
“Siempre me decían que querían ser pilotos y viajar por el mundo, un día llegaron diciendo que ya conocían Estados Unidos, porque el papá los llevó al aeropuerto Toncontín a ver los aviones”, contó su casi madre, Eufemia.
Recordó que Jairo Jafet era cariñoso y temeroso, mientras que Jairo Augusto parecía más valiente, pero ambos se protegían y ayudaban, nunca se separaban y les gustaba desarmar y armar cosas y por eso algunos vecinos les llamaban cariñosamente “manitas”.
Entre el inconsolable llanto, el padre de los infantes reflexionó que, “es un gran dolor que estoy sintiendo, porque ellos eran unos niños muy agradables que todo el mundo les tenía cariño, estaban en tercer grado y les gustaba mucho el fútbol”.
“Estoy muy destrozado, pero Dios sabe por qué permitió que pasara esto, pero no sé realmente por qué fueron mis hijos, mis gemelos eran tan lindos, desde pequeños se criaron conmigo”, exclamó el desconsolado progenitor.
Así, comentó que últimamente los miraba solo los fines de semana, porque debido a la distancia no podía viajar todos los días a San Buenaventura desde su trabajo en la Corte Suprema de Justicia (CSJ), en Tegucigalpa.
Recordó que el domingo se fue para el pueblo, pero cuando llegó a la casa le dijeron que andaban con el abuelo y el tío, vendiendo carbón de leña en la capital, pero alrededor de las 11:30 de la mañana recibió la noticia del trágico accidente.
Jairo Augusto ya había muerto y cuando llegó al Materno Infantil del Hospital Escuela Universitario (HEU), tenía la esperanza que Jairo Jafet sobreviviera, pero falleció, pese a los intentos por salvarle la vida que hicieron los médicos.
ERAN APLICADOS
La directora de la Escuela “José Trinidad Cabañas”, donde cursaban el tercer grado de primaria, Eralia García, informó que los niños eran estudiosos y llegaban antes que los maestros al portón del centro escolar.
Uno era más aplicado que el otro y como es común en los niños de su edad hacían travesuras, algunas veces quisieron sorprender a las maestras, queriendo hacerse pasar el uno por el otro, pero siempre eran sorprendidos.
Sus compañeritos demostraron el cariño que les tenían y salieron con la banda marcial a tocar por las calles para darles el último adiós, ya que su tía Eufemia, decía que este año querían tocar los tambores en las fiestas de independencia patria.
Al son de los redoblantes, bombos y platillos, los alumnos encabezaron la marcha, mientras otras personas cargaban los féretros de los pequeños y la multitud, entre lágrimas, despedía a las inocentes criaturas en su último recorrido por el terruño donde corrían libremente cada mañana.
Antes de sus exequias pasaron por las aulas donde recibían su formación escolar y en el fondo un mural con sus fotografías contenía mensajes escritos por algunos de sus amiguitos que rezaban: “Los recordaremos siempre y extrañaremos sus travesuras… los queremos mucho melos”.
En su camino al cementerio municipal de San Buenaventura, su madre biológica, Alma Benavidez, entre el llanto, expresó que ellos siempre la visitaban en su casa, porque vive en el mismo pueblo, luego de haber regresado de España hace algún tiempo.
Al cabo de las 5:00 de la tarde, cuando el sol descendía, en medio del llanto y pesar de los familiares, amigos y vecinos de “San Buena”, los dos cuerpecitos fueron sepultados con la fe en que sus almas ya están al lado de Dios, quizá haciendo sus inocentes travesuras. (YB)